Claudia Carrasco
Vamos a los conciertos por la experiencia, por esa sensación que te entra cuando te ves rodeado, en este caso en concreto, de miles de personas coreando a la vez un himno a la vida, en un estadio completamente iluminado por las luces que emanan de las pulseras que llevamos cada uno de los presentes, que brillan al ritmo de la música y parecen corear con nosotros. La razón por la que estamos en el Estadi Olimpic se llama Coldplay, lleva moviendo masas desde los noventa y ha conseguido movernos a nosotras hasta Barcelona.
La odisea comienza el día en el que salen las entradas. Ir corriendo a comprarlas a primera hora a la Fnac de Callao para encontrarnos un cartel que indica que solo se venden a través de internet. La sensación es bastante parecida a la de despertarse con un cubo de agua helada lanzado a tu cara. Pero hay que reaccionar rápido, así que tres personas quedan apostadas delante de sus ordenadores dispuestas a sacar las entradas de todo el grupo y en una web colapsada con cola virtual, al fin, conseguimos cinco entradas sacadas por los pelos que dan comienzo a seis meses de nerviosos preparativos.
Lo siguiente es la organización del viaje, porque ya que hay que movilizarse hasta Barcelona, más nos vale aprovechar el tiempo, así que reservamos los autobuses en horario nocturno para dormir en el camino y aprovechar los días enteros para visitar la ciudad. Esta es una buena forma, como descubrimos después, de acabar con el cuello destrozado, las articulaciones dormidas, sin apenas pegar ojo y con mucho cansancio acumulado en el cuerpo después de 4 días de exaltación. Pero somos humanos, cometemos errores y tropezamos una y otra vez con la misma piedra. Y seguramente seguiré tropezando con esta hasta que la edad me lo permita, porque al fin y al cabo, es más rentable tanto para el calendario como para el bolsillo.
La siguiente duda es si ir a un albergue o alquilar apartamento. Al final la segunda opción fue la más viable, y damos gracias, porque resultó ser un piso gigante, por el que podíamos bailar, cantar y saltar sin preocuparnos por las limitaciones que ofrecen las paredes.
Terminado todo el proceso burocrático ya solo queda esperar, y esperar, y esperar. Y va pasando la segunda mitad del curso, y la verdad es que en momentos de estrés y épocas de exámenes imaginarse viendo a Coldplay en directo es una gran vía de escape, por mucho que pueda cuestionarlo el personal de Tonosone, que parece tener cierta reticencia hacia estos británicos en concreto. Chicos, ya os tengo dicho que la envidia no es sana.
Y al fin llega el momento de irse, mochilas al hombro, hacia Barcelona con un grupo bastante heterogéneo de gente que en su mayoría no se conoce entre si. Es impresionante hasta qué punto puede llegar a unir la música, para que la convivencia entre dormilonas perezosas, responsables activas, caóticas despistadas, introvertidas tranquilas y extrovertidas exaltadas funcione. Desconocidas pero todas enseñando los dientes y estirando los labios como si la vida nos fuera en ello.
No mucho tiempo después nos encontramos en una casa en plena ciudad, decidiendo que ese día vamos a ahorrar energía tumbadas en la Barceloneta, donde te ofrecen masajes y cerveza a partes iguales cada cinco minutos.
Veintiséis de mayo, se nota el nerviosismo, acompañado de Coldplay como banda sonora desde primera hora de la mañana. Se canta al desayunar, mientras paseamos, al hacer la compra, haciendo la comida y mientras nos preparamos para irnos. Y como culmen de la euforia que se está gestando, ese mismo día nos enteramos de que estamos oficialmente de vacaciones. Acaban de dar las últimas notas y esa pequeña duda que te corroe por dentro hasta que ves la nota escrita declarando que eres libre termina de esfumarse.
Pasa un autobús camino al estadio en el que no cabe ni un alfiler, tenemos suerte y el siguiente en pasar no ha cubierto su aforo. Hacemos la fila para entrar al recinto y una vez dentro comienza la cuenta atrás mientras vemos a las teloneras. Creo que por lo general se minusvalora demasiado el papel de los mismos, tiene mucho mérito entretener a miles de personas que llevan más de medio año esperando para ver a otra banda. Aunque el exceso de fans de Coldplay que cogen el autobús nos impidió llegar a tiempo al concierto de Alessia Cara hay que remarcar la actuación de Lianne La Havas. Aunque su voz solo pareció alcanzar a la parte frontal de la pista, pasando desapercibida por las gradas del estadio y de nuestros vecinos de al lado que nos miraban como si fuéramos marcianos al oírnos cantar «Unstoppable».
Finalmente, después de muchos minutos de cortesía comienza el espectáculo, música, confeti, luces y fuegos artificiales a todo color reivindicando esa cabeza llena de sueños que da nombre a la gira. Los máximos representantes de la época dorada del grupo pasaron rápidamente en la primera mitad del concierto, dejando paso a los de los últimos años, que aunque nos duela, cojean. Disfrutamos con las canciones esperadas, a excepción de una muy bienvenida «See you soon» elegida por el público a través de las redes sociales que nadie esperaba pero a todos nos encantó oír. Un flasback que nos transporta a finales de los noventa.
Pero todo lo bueno acaba y esas miles de personas que coreaban dentro del estadio se encontraron coreando fuera, sin el acompañamiento del grupo, mientras bajaban andando en hilera el camino que lleva desde lo alto del Montjuic a la Gran vía, recordando paso a paso el concierto y pensando en cuál será la siguiente experiencia.