Claudia Carrasco.
No hay nada mejor que un plan improvisado, son tan repentinos que no te da tiempo a crearte expectativas y lo mejor de todo es que te dejas llevar y haces lo que realmente te apetece. Estos planes se vuelven aún mejores si hay conciertos involucrados. Me encantan ese tipo de iniciativas que se llevan a cabo de vez en cuando que se basan en actos culturales de acceso libre. El domingo en Madrid se realizó el Celebra Tu Calle en la calle Pez, todo un día de conciertos, monólogos y actividades al aire libre, a pie de calle como quien dice.
Así que el sábado por la noche en el momento casi de trance previo a irme a dormir estaba yo mirando Instagram, y casi de refilón vi que The Parrots anunciaba un concierto para ese mismo domingo dentro de dicha actividad. Lo malo de estas iniciativas tan fantásticas es que no se anuncian necesariamente a los cuatro vientos. Así que el mismo domingo cuando amanecí, más bien al medio día y tras desayunar la comida, conseguí acordarme del concierto. Y aquí llega mi parte favorita, que es llamar de improviso a una amiga y decirle “¿qué estas haciendo ahora?”. Si hay suerte no estará haciendo nada, como fue el caso y podrás decir «vámonos» y estar listas para coger el siguiente tren. Hicimos el llamamiento algo más grande y conseguimos un par de incorporaciones más.
El resultado de la tarde fue un enmarañamiento entre bobinas de hilo comunitarias (en una actividad que consistía en ir anudando una bobina de lana de columna en columna en carteles que indicaban tus gustos musicales, cinematográficos, alimenticios, arquitectónicos y de viajes entre otros), cervezas compartidas y un concierto maravilloso que consiguió motivar a todos. Incluso las personas con las que iba lo disfrutaron y no conocían a The Parrots previamente, porque esa es la clave de estos planes, como no sabes realmente lo que esperar acoges todo con muchas más ganas, todo es una sorpresa.
Y para una fan declarada de The Parrots el concierto fue uno entre un millón, una calle a rebosar de gente orbitando alrededor del “escenario” (que básicamente consistía en una alfombra en el suelo). Comenzamos viéndolo un poco atrás pero en mitad del concierto, cuando empezaron las canciones en las que la gente se revoluciona, tuvimos la lucidez suficiente como para meternos entre la multitud y saltar al ritmo del pogo. Y así, mágicamente y dejándome llevar por la masa, cuando pude elevar la cabeza y abrir los ojos estaba a un metro de los loros, en primera fila y disfrutando a conciencia.
Lo mejor de un concierto así es lo inesperado, lo inusual, el estar casi a la misma distancia del resto de espectadores que del grupo, la fusión. Todo se transmite mejor, la energía vibra de los altavoces al asfalto sin altura de por medio, sin jerarquía y todos los que estamos allí: los fans, los oyentes e incluso los transeúntes saltando y bailando al ritmo del mítico grito… no me gustas, te quiero.