Jose Garzón.
Yo creo que todos en la vida tenemos un hueco que nos pertenece; pero no todos conseguimos ocuparlo. Es una mezcla de suerte e inteligencia. Sergio tuvo ambas. Mala también de la primera.
Las cosas que me gustan más que desayunar (el mar, la música, el sexo…) son importantes para mí porque una de las cosas que más me gusta es desayunar. Cuando escuché por primera vez esa canción, decidí separarme de la chica con la que estaba. Caí en la cuenta de que prefería desayunar a olerla. En realidad prefería muchas cosas a olerla sin nariz. Aunque olía bien. Algún día me tatuaré ese verso, igual que llevo tatuado en la espalda no quiero más que estar sobre tu cuerpo, como lagarto al sol los días de tristeza.
Sonó el teléfono, descolgué y, al otro lado de la línea, Jandro dijo Sergio se ha despertado muerto esta mañana. Después el silencio y después la disculpa atribulada de Jandro, al que imaginé con las manos empapadas en sudor, nervioso e inquieto como cuando calentaba con pentatónicas en el camerino, antes de los conciertos. Joder, mierda de frase; esa es la diferencia: uno no se despierta de la muerte. No pude evitar reírme, como para darle manotazos torpes a la tristeza, que comenzaba a apretarme fuerte el pecho. En la ventana del salón estaba amaneciendo. No te preocupes, Jandro, con esa frase Sergio habría escrito un cuento. Uno de esos un poco mediocres, pero con los que nos decojonábamos, contesté. Nos despedimos en los lugares comunes de dos tipos que llevan años separados y que no van a poner mucho empeño en volver a verse. Colgué y, sin saber muy bien la razón, comencé a recitar en voz baja una letanía: se quieren, se buscan, se muestran. Se encuentran, se pierden, se asustan. Se rinden, se muerden, se arañan. Se escuchan, se ignoran, se salvan. Se huelen, se dañan.
Los días que vinieron después, como para sentirlo más cerca, supongo, me dediqué a preguntar por los bares y por las tiendas de discos y casi todos me dijeron que Sergio Algora fue un capullo pretencioso, pagado de sí mismo, divertido y cargante, generoso y grosero, un pelín endiosado pero amigo de sus amigos, mal bebedor, un tipo distinto tocado por un don genial, un gilipollas integral a tiempo parcial, un perfecto tocacojones cuando la ocasión lo requería, alguien demasiado luminoso para brillar durante mucho tiempo. ¿Y quién no ha sido todas esas cosas y otras peores alguna vez? ¿Quién no se ha comportado nunca de este o de aquel modo?
Sergio decía: lo que con más ahínco persigo en la vida es que la duda no me detenga. Porque dudo. Dudo mucho. Dudo demasiado. También decía: al final de la vida lo único que nos quedará será lo que perdimos. Esa fue la frase que utilizó, la recuerdo bien, para decirnos a Jandro y a mí que nos dejaba atrás, que necesitaba a su alrededor un batería y un bajo más solventes. Kamikazes capaces, decía, de acompañarlo en su aventura. Y se echaba a reír. Kamikazes capaces. Rima en consonante. Nosotros ya sabíamos que no le llegábamos ni a los talones; pero nos divertíamos. Jandro volvió al negocio de sus padres: una tintorería. Yo no tenía ni puta idea de hacia dónde ir. Creo que de aquella me quedé parado y, en parte, aún lo estoy. Sergio tardó apenas seis meses en montar El Niño Gusano. Era mi amigo. Uno de mis mejores amigos. Sé que le echaré de menos todos los días, al menos un par de minutos. Y tenía razón: lo único que nos quedará es lo que perdimos. Podría decir, a riesgo de sonar cursi, que forma parte de mis afectos, de mi corazón. Sin embargo, no sé si en el suyo hubo alguna vez un hueco para mí. Estaba estropeado.
Sergio fue un hombre que murió antes de tiempo, pero de la mejor manera que se me ocurre: mientras dormía. Y es memoria de la música de este país; aunque eso a él, estoy seguro, le importaría una mierda. Te mueres, joder, y entonces todo importa una puta mierda. Eso sí: ¿prefieres vivir cien años y que no te recuerde nadie o treinta y nueve y que cientos de personas puestas en pie canten tus canciones? Ojalá hubiera podido hacerle alguna vez esa pregunta.
Después llegó el costabravismo. Pero a mí el costabravismo nunca me dijo nada.
Pese a que meses antes los cirujanos cardiacos intentaron arregarlo, el corazón de Sergio Algora se paró, quizás cansado de latir, una madrugada de calor asfixiante en Zaragoza. Entonces la muerte, que tiene ese poder, le concedió antes de tiempo un lugar de privilegio en la historia de la música española. Sergio Algora fue el cantante y letrista de El Niño Gusano, Muy Poca Gente y La Costa Brava, grupos que formaron parte de la escena musical independiente de finales del siglo XX y principios del siglo XXI en España. Depende a quién pregunten, el mejor letrista en castellano de su generación. Depende a quién pregunten, un gran poeta. Depende a quién pregunten, un puto genio. Depende a quién pregunten.
Esta genial el aporte. Reciba un cordial saludo.