José Garzón
En el hogar de los Barbato, una casa de dos plantas en mitad de una calle de arena y grava que discurría entre las vías del tren y la ribera del Hudson, la luz mate del sol de noviembre dejaba paso, poco a poco, a las sombras que presagiaban una noche tan fría como las anteriores. El invierno anunciaba su llegada. Nancy, limpiándose la palma de ambas manos en el mandil, se levantó para encender la luz de la cocina. Regresó a la silla que había dejado vacía y continuó pelando, con ayuda del cuchillo que su padre, sentado en el porche de la casa cada domingo, como un rito hebdomadario que no admitía demora ni realización en otro momento o en otro lugar, afilaba con la misma parsimonia y dedicación que mantenía después para lustrar los zapatos de cada uno de los miembros de la familia, las patatas que serían necesarias para los gnocchis que comían el día veintinueve de cada mes y que su madre, sentada frente a ella, cocinaba según la receta que le había acompañado desde Salerno hasta Hoboken en aquellas semanas estivales, inciertas, y ya lejanas, de finales del siglo diecinueve. El filo separaba la piel áspera de la carne jugosa e impregnada de almidón del tubérculo por acción de la mano firme y diestra de Nancy, que decidió continuar el relato donde lo había interrumpido.
Quedamos con los muchachos en la puerta del edificio RCA, en el 30 de Rockefeller Center, ¿sabes dónde te digo? Allí están los estudios de la radio. Llegamos media hora antes del comienzo del concurso. Con tiempo suficiente para inscribirse y poder ensayar una vez más en los pasillos. Frank estaba nervioso, aunque ya sabes cómo es, nunca lo reconoce. Pero, en cuanto comenzó a cantar supe que iba a hacerlo bien. Los Cuatro de Hoboken se hicieron llamar. El nombre no me convence, quizás necesitan algo con más estilo; pero, bueno, ya encontrarán otro, seguro. Frank tiene que hacerse valer. Pásame más patatas, mamá, ya he acabado con estas. Y Frank cantó muy bien, mamá, muy bien. Tendrías que haberlo visto. Cuando terminó la canción, yo estaba segura de que ganarían el primer premio. Y, ya ves, al final quedaran cuartos. Al principio, Frank se mostró decepcionado. Pero los chicos le animaron y ya dicen que van a seguir intentándolo. Compondrán alguna canción nueva. Pero lo mejor vino después. Nos quedamos los cinco de piedra cuando se acercó el director a decirnos que, por haber participado en el concurso, podían quedarse, y la señorita también, por supuesto, añadió, a escuchar la actuación del gran cantante argentino, la mejor voz de América venida desde Europa, eso fue lo que dijo. ¿Te lo puedes creer, mamá? Estaba tan emocionada. Al parecer, llegó a la ciudad en barco, desde París. ¿Te imaginas, mamá? París. La de lugares interesantes que debes conocer cuando cantas y lo haces tan bien como él. O como Frank. Ya lo verás. Algún día te llevaré a París, me dijo al oído después. Y me emocioné tanto que no pude evitar darle un beso en la mejilla. No te preocupes, yo creo que nadie nos vio. Oh, mamá, fue tan emocionante. Tendrías que haber estado allí. Es un hombre muy elegante, con ese porte europeo, a pesar de venir del sur, el pelo fijado en brillantina y peinado hacia atrás, impecablemente afeitado, siempre sonriente, con unos dientes blancos y bien colocados. Vestía un traje de paño azul marino hecho a medida, seguro, la camisa color crema, la corbata estampada y sujeta con un alfiler adornado por dos pequeñas perlas de ámbar y el pico del pañuelo blanco, distinción de clase, asomando en el bolsillo de la americana. Es alto, mamá, más alto que Franky. Cuando retoma el aliento se frota las manos, así, ahuecándolas, y después extiende los brazos para proseguir con su canto. Su voz destaca firme y profunda por encima de la orquesta. Y qué repertorio tan bien escogido. Qué bonitas todas las canciones. Yo observaba a ratos a Franky, sin que él se diera cuenta. No perdía detalle. Se pasa el día repitiendo que le gustaría ser como Bing Crosby; pero, después de lo de ayer, estoy segura de que no le importaría cantar como él. Ya están todas peladas. Toma. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Escuchamos la actuación sentados en la última fila, en silencio. Cuando terminó, la gente se puso en pie y comenzó a aplaudir sin desmayo. Frank dijo vayamos a celebrarlo. Me cogió de la mano y nos disponíamos a salir del estudio cuando vimos que algunas personas se acercaban a saludarle y entonces fui yo quien arrastré a Frank, hasta estar enfrente de la mejor voz de América, imagínate, la mismísima mejor voz de América llegada de París en barco. Y fue tan emocionante. Cómo me habría gustado que hubieras estado allí. Lo intentamos con el inglés, incluso con el español, no creas. Bueno, yo, porque Franky se quedó mudo y era incapaz de articular palabra. Al instante nos dijo que habláramos en italiano, que nos entendería. Qué considerado, ¿te das cuenta, mamá? Es todo un caballero. Cómo me alegré entonces del empeño que ponéis papá y tú en que sepamos hablar en vuestro idioma. Entonces le dije: señor, su actuación ha sido maravillosa. Tiene usted la voz más bella que he escuchado en mi vida. Y le tendí la mano. Muchas gracias, contestó mientras la estrechaba. Entonces, fue él quien se la tendió a Frank. El pobre estaba tan nervioso que no reaccionó hasta que no le pegué un codazo, así, disimuladamente. Este es mi novio Frank. Le gusta cantar y lo hace bien. Acaba de participar en el concurso de la radio. Lo sé, contestó. Te escuché cuando llegaba al estudio, muchacho. Entonces, señor, continué ¿podría darle usted algún consejo? ¿Y sabes qué nos contestó, mamá? ¿Lo sabes? Pues contestó: ¿un consejo? Muchacho, créeme, tú no necesitas ningún consejo. Cantas muy bien. Simplemente, sigue cantando. ¿Te lo puedes creer, mamá? ¿Te lo puedes creer? Simplemente, sigue cantando. Tenemos que contárselo a papá cuando llegue.
El jueves 28 de diciembre de 1933, procedente de Nantes, Carlos Gardel desembarca en Nueva York. A lo largo de 1934 y durante los primeros meses de 1935, el Zorzal Criollo realiza, con gran éxito de crítica y público, frecuentes audiciones en el estudio que la radio NBC tiene en el edificio RCA, en Manhattan, acompañado por la orquesta de la cadena, que dirige el violinista uruguayo Hugo Mariani.
El domingo 8 de septiembre de 1935, en su quinta participación en el concurso radiofónico Major Bowes Amateur Hour que se emite por la NBC todas las semanas, los Cuatro de Hoboken, grupo formado por Jimmy Skelly, Patty Prince, Freddie Tamby y Franky Sinatra consigue, al fin, ganar el primer premio. Setenta y siete días antes y tres mil ochocientes cincuenta y siete kilómetros al sur, Alfredo Le Pera, Guillermo Barbieri, Corpas Moreno y Carlos Gardel mueren en un accidente de aviación.