Pensacola Beach es una ciudad con nombre como de Los Simpson. Pero no, existe realmente, está en el noroeste del estado de Florida, pegadita al estado de Louisiana. Entrando en coche por la carretera de la costa se dejan atrás los pantanos con cocodrilos y empieza uno a ver casitas de costa variopintas. En una, con forma de castillo tamaño enano de Willow el dueño advierte No trespassing. Keep out. Solo le faltan el foso y el puente levadizo.
Dentro del sueño (norte)americano, Pensacola debe ser como el pueblo-piloto. Llegué en pleno agosto y hacía un calor amodorrante. El downtown está formado por dos calles por las que iban y venían chavales con pinta de estar en casa de los papis disfrutando de las vacaciones del curso universitario en Harvard o Yale, señoras MUY BIEN retiradas del mundo y parejas de gays bronceados paseando perros de raza. Las calles estaban IM-PO-LU-TAS. De repente, una sala de conciertos situada en la calle principal llamó mi atención: el Vinyl Music Hall. Miré la programación esperándome actuaciones de artistas locales y, de repente, lo vi, oh: Shuggie Otis actuaba al día siguiente.
Tiempo muerto. Ya hemos hablado bastante de Pensacola. Ahora hablemos de Shuggie. ¿Quién es Shuggie Otis? Nacido en 1953, es el hijo de una leyenda del blues, Johnny Otis, y a finales de los 60 se convirtió en la comidilla del mundillo musical porque era un niño prodigio. A los dos años había comenzado a tocar la guitarra y a los 12 actuaba con su padre, ataviado con mostacho falso y gafas de sol oscuras para poder entrar en los clubs en los que actuaba su padre. Sí, todo un poco como de gag de Zipi y Zape… ay, la ingenuidad de los 60.
Shuggie tenía el mojo working a tope: se codeaba con Al Kooper, Sly Stone, Frank Zappa… y aún no era mayor de edad. En ese momento, saca su primer disco, Here Comes Shuggie Otis (1970). No es que lo petara, pero se trata un disco de rock soulero en el que el bueno de Otis toca hasta seis instrumentos y que lo sitúa en la órbita de lo que estaba haciendo Jimi Hendrix. Lo bueno viene, un año después, entregado ya a una mezcla de soul, rock y funk en su disco Freedom Flight (1971). Hay transición del rock y del blues hacia un funk y un soul coloristas e incluye Strawberry Letter 23, una composición que luego se convertiría en un éxito en la época de la música disco en manos de los Brothers Johnson. Una canción eterna que el año pasado recuperó H&M para una campaña en una versión tope sexy cantada por una tal Yuna. Sweet thang o la titular Freedom Flight contribuyeron al éxito del álbum, que entró en las listas Billboard.
Tres años después, Shuggie sacó su último trabajo para Epic, Inspiration Information (1974), mucho más complejo, marciano y sin ningún single a la vista. El disco no cumplió las expectativas de Epic, que le dijo bye, bye. Todo ello pese a que, escuchado hoy en día, se mantiene fresco con temas maravillosos como Aht Uh My Head, Island Letter o la propia Inspiration Information. Con los años ganó estatus de álbum de culto y se convirtió en pasto de samplers para lo más granado de la nueva generación de artistas negros, incluyendo Digable Planets (los primeros), J Dilla o Beyoncé. Poca broma.
Sí, el éxito vino en diferido (como algunas indemnizaciones) pero Shuggie no estaba allí para disfrutarlo. Como si fuera un Rodríguez de la vida, el varapalo de que Epic le diera la patada en el culo le apartó del negocio musical y nada se volvió a saber de él. Se rumoreó que les dijo no a los Rolling Stones. Sony Music reeditó el disco con temas extra en 2013 y, 40 años después, Shuggie reapareció. 40 años después. Entre los apenas 21 años que tenía cuando “se retiró” y los 60 que ya gastaba al volver había pasado una vida entera. ¿Qué hizo Shuggie? Algunos trabajos como músico de sesión en los 70 y 80 y luego nada. La nada más absoluta. Una nada nivel La Historia Interminable que se comió su leyenda y que borró su nombre de los libros de historia de la música negra. “Hice cosas. La vida no ha sido fácil…”, ha dicho Shuggie en alguna entrevista. Y poco más.
El Shuggie Otis de 60 años ya no gasta el pelo afro de su juventud, pero sigue manteniendo su icónico bigote y una delgadez llamativa. Para demostrar (y quizá demostrarse a si mismo) que había vuelto comenzó a actuar en directo junto a sus hijos. ¿Qué podemos decir del regreso a los escenarios de Shuggie? Unos pocos shows repartidos de manera una tanto aleatoria por Estados Unidos, Reino Unido y Japón. Críticas variadas, que iban del “¿quién es este tío y qué demonios hace?” al “ha vuelto una leyenda”. Pues bien, dentro de esta vuelta al mundo, Shuggie había programado una parada en agosto en Pensacola. Y yo estaba allí. E iba a verlo.
El Vinyl Music Hall de Pensacola es una sala de conciertos de pueblo. Uno se imagina allí el concurso de talentos local, la actuación de la banda de country-rock de los amigos del barrio y poco más. Es, desde luego, un escenario asombrosamente modesto para ver a una leyenda como Shuggie. La banda sale al escenario y comienza a calentar sin Shuggie, que entra en escena vestido con camisa blanca y chaleco a rayas atacando Inspiration Information. De la voz juguetona y sensual del Shuggie Otis de juventud queda poco, la verdad, y, en ocasiones, los coros de la banda le cubren, pero empezar con un clasicazo así hace presagiar lo mejor. La versión es muy digna, aunque, obviamente, no llega a capturar la paleta de colores del disco. Tampoco ayuda el sonido de la sala. A mi lado, un chaval se va al baño dejando encima de una mesa alta el móvil, la cartera y las llaves del coche. Acojonante. Esto es Pensacola, amigos. En la península Ibérica esto es impensable.
El inicio prometedor se va diluyendo porque Shuggie esquiva su época más creativa y se sumerge en sus dos primeros discos, con versiones de Sweet Thang o Me and my woman en la que salen a relucir tics de rock adulto chungo: que si un solo de guitarra interminable, que si actitud de rock star sesentona en plan intenso, regodeo en las partes más blueseras… Este no es el Shuggie Otis del que nos enamoramos.
Visiblemente cansado, Shuggie toca rutinariamente canciones como Shuggie’s Boggie (de su debut) o Picture of Love. Con la edad, se ha arrimado más al blues de su padre que a sus sueños funk/soul psicodélicos de juventud. No caen ni Island Letter ni Freedom Flight ni Not available. El show se vuelve rutinario y a los 50 minutos (con pocas canciones alargadas innecesariamente), Shuggie se va del escenario. Nos tememos lo peor: que ya no vuelva. La banda aguanta el tipo hasta que el tipo regresa para tocar lo que muchos estaban esperando: Strawberry Letter 23. La muchachada de Pensacola enloquece, pero la delicadeza de la versión original se pierde y suena atropellada y hasta agreste, como si un grupo de versiones de rock AOR la estuviera destrozando. Shuggie sonríe de forma un poco histérica al cantar eso de “I am freeee” y no nos lo creemos. A lo mejor, fuiste libre del 73 al 2013, desaparecido de la faz de la tierra, pero ahora, que vuelves a estar aquí, no lo pareces. Días después, regresamos de tierras americanas, nos ponemos los discos de Shuggie en casa y nos reconciliamos con él. A veces es mejor que las leyendas se queden en eso, leyendas.
Javier Sánchez Castro.