No se lo que os gusta, así que no puedo deciros lo que afirma el título del artículo. Sin embargo, es probable que hayáis oído algo parecido en alguna ocasión y que vosotros mismos lo hayáis pensado de la música que escuchan otras personas. Hay que reconocer que es difícil decírselo a alguien a la cara si no hay total confianza o ganas de tocarle los cojones. Te lo sueles callar para no ofender y que no piensen que eres un pedante snob o un gilipollas. Aunque en realidad es muy probable que ellos piensen exactamente o mismo de la música que tú escuchas. Así que quid pro quo.
El debate sobre el “buen gusto” y la “calidad” musical es tan antiguo y complejo como la propia música. Hace unos años un ensayo sobre este tema se convirtió en uno de los pocos “best sellers” que suele dar la literatura musical. Estaba escrito por Carl Wilson con el clarificador título de “Música de Mierda”. Su autor decidía reflexionar sobre el asunto usando una figura de éxito internacional como Celine Dion. ¿Os gusta? A mi tampoco. Y tampoco a Wilson, aunque el libro era un honorable intento de comprenderla a ella, a sus millones de fans y a su música, desprendiéndose de todos los prejuicios. No un ataque feroz desde la trinchera del supuesto buen gusto musical. Era un ejercicio interesante por parte del autor, pero mi intención aquí es otra: reivindicar el derecho a decir que una música, un grupo o una canción, me parecen malas, aburridas, sin interés, sin emoción o directamente si fuese el caso, que me parecen una puta mierda. No porque tenga ganas de gresca ni de llamar la atención sino desde la percepción personal de un hecho creativo como es la música.
Hemos asistido en los últimos tiempos en ese pozo de miserias que es la red antes conocida como Twitter, a varias polémicas con un denominador común: seguidores de determinadas bandas (indies nacionales en este caso) ofendidos y cabreados porque haya gente que diga que su música les parece mala o una mierda. Y no solo eso, que entraría dentro de lo previsible, sino instigando a los que así piensan a callarse y montando campañas colectivas de acoso twittero o instagramero contra ellos. Estoy convencido de que la gran mayoría de estas personas no tratan tanto de defender la calidad de la música del grupo que les gusta, sino de atacar a aquellos que no lo piensan así porque en realidad lo que les jode es que están cuestionando su criterio y su gusto musical.
A la cuestión de la crítica cultural no escapan otras manifestaciones artísticas. Le pasa a la literatura y al cine por ejemplo. Pero en el caso de la música el debate resulta más “encarnizado” porque seguramente tiene una componente más subjetiva tanto en su concepción como en su recepción. Tengo la sensación que hay una percepción más certera y un mayor consenso social sobre lo que es el cine o la literatura de “calidad” en contraposición a lo que se considera más comercial en dichas disciplinas. En la industria del cine de hecho se utiliza un termino muy clarificador, “películas alimenticias”, para referirse a las producciones en las que determinados profesionales trabajan para ganar más pasta aún sabiendo que no son proyectos de demasiada calidad. ¿Existen discos y músicas alimenticias?.
Nuestros amigos tonosónicos cercanos bromean con nosotros con lo de “ya estáis con los grupitos raros esos que nadie conoce”. Nos ven, en tono más o menos jocoso, en la típica pose del oyente underground que le obliga a desprestigiar todo lo que huela a éxito diciendo que es una mierda comercial, a la vez que defiende que lo mejor que ha escuchado en el año es el disco de una banda camboyana que mezcla el afrobeat con el post punk. Alguna gente quizá piense que echamos horas escuchando los podcast más raros que encontramos en la deep web y leyendo las publicaciones musicales más underground, a la vez que criticamos a cualquier cabeza de cartel del indie nacional por el mero hecho de serlo. Sentimos decepcionarlos. Escuchamos lo que escuchamos porque nos gusta y nos parece bueno (tenga decenas o millones de escuchas) y criticamos aquello que nos parece malo, insulso o sin valor. Estamos tan convencidos de ello, como seguramente lo esté el resto de la humanidad de que las canciones y grupos que les molan son lo mejor.
No lo hacemos ni por pose ni por capricho. Aunque hubo un tiempo en que escuchar grupos desconocidos te hacía molar en determinados ambientes, hoy la vida del “oyente underground” es difícil, creednos. Como dice la gente de la publicación musical Hipersónica, vivimos en una época de “poptimism”. Sería algo así como el reconocimiento y la euforia social que se vive actualmente en torno a los grandes éxitos y nombres más comerciales del pop. Avivado por las redes sociales y las plataformas de streaming parece que lo que triunfa es lo bueno. Nada nuevo, es algo recurrente en la historia de la música moderna. En el estupendo libro, “Nuestro grupo podría ser tu vida”, que hace un repaso de algunas bandas del indie underground estadounidense de los 80, se dice lo siguiente:
El underground norteamericano de los ochenta adoptó el concepto radical de que, quizá, solo quizá, el material que nos ponían delante de las narices los omnipresentes medio mainstream no era necesariamente el mejor. Esta independencia de criterio, la determinación de ver más allá del brillo de la superficie y de pensar por uno mismo, chocaba frontalmente con la creciente complacencia, ignorancia y conformismo que sepultaban la nación como una mancha que se extendía rápidamente a lo largo de los 80.
Encaja perfectamente hoy en día y aunque no pensamos que todo lo mainstream sea una mierda, en muchos casos sí nos lo parece. Cuando estamos con amigos o conocidos y empieza la discusión sobre lo bueno o lo malo que es un grupo, un estilo musical o una canción, tenemos dos opciones: decir lo que pensamos o callarnos. Normalmente optamos por la segunda y como mucho nos desahogamos posteriormente en el foro interno de Tonosone, o nos cobramos alguna cuenta pendiente con algún músico al que no apreciamos demasiado en nuestras redes, barnizada con humor y a veces mala leche.
En algunos entornos no tiene sentido decir nada porque tan convencidos están ellos de que lo que lo que a mi me gusta es inescuchable (si es que supiesen de su existencia) como yo de que lo que ellos escuchan es una puta mierda. Así que abrir el debate no lleva a ningún sitio. El conflicto aparece que cuando topamos con gente o amigos con gustos aparentemente afines. Gente que escucha Radio 3, para que nos entendamos. Y ahí si yo digo que Viva Suecia me parecen una castaña, que Love of Lesbian o Lori Meyers llevan mucho tiempo sin hacer un disco decente, o que las canciones de Sidonie o Rigoberta me resultan insulsas, por poner solo unos ejemplos, el ambiente a veces se tensa un poquito. Generalmente me lo callo porque no pretendo convencer a nadie de ello. Me autocensuro. Pero últimamente empiezo a pensar que si no hay ningún problema en decir lo fantásticos que son todos los grupos anteriormente nombrados (o cualquier otro) por qué debe haberlo en expresar la opinión contraria. ¿O es que molesta porque como suenan en Radio 3 se supone que son buena música y no se puede cuestionar? Si lo escribes en las redes, cosa que evidentemente no hacemos, te saltarán los fans a ponerte a parir y decirte que no tienes ni puta idea. Es como “no vengas a decirnos que lo que escuchamos es una mierda, porque nosotros escuchamos buena música”.
Si os parece que estoy exagerando vamos a ver qué pasa con la critica de la prensa musical especializada. En los últimos meses ha ha habido dos “twitterlios” con un par de críticas de disco de dos publicaciones musicales a dos grupos indies nacionales. La primera fue de Rockdelux a un disco de Venturi y la más reciente de uno de Arde Bogotá por Jenesiaspop. Nada del otro mundo, un periodista expresando que le parecen discos insulsos, intrascendentes o malos utilizando sus argumentos. Pues ya estaba el lío montado!. Los grupos ofendidos, los fans sacando cuchillos en la red, diciendo que es una falta de educación, alegando que hay inquinas por parte de esos medios, etc. etc. Es cierto que hace mucho tiempo que la crítica de verdad desapareció en la prensa musical salvo honrosas excepciones y que ahora el negocio consiste en que no se ponga mal a ningún grupo para que no se enfaden y luego te den entrevistas. Y como eso es lo habitual, pues la gente ya no está acostumbrada.
¿Por qué si a ti y a decenas o cientos de de miles de personas os gustan esos grupos, te molestas con los cuatro gatos que no piensan igual? ¿Sois familiares de la banda? ¿Te deja de gustar el disco porque alguien te diga que le parece malo? Imagino que no. De hecho volvemos a lo anterior y la sensación es que les jode que alguien venga a decirles que aquello que ellos consideran música de calidad en realidad es algo del montón, insulso, soso, carente de emoción y talento o directamente malo. Es decir, que no les jode tanto la crítica a la banda como aquella que se hace indirectamente a su gusto y su criterio musical.
Siempre me ha parecido importante (y cada vez más) la labor de los críticos y prescriptores musicales. Eso no significa que todos sean de fiar o esté de acuerdo con su criterio. O que entre algunos críticos no haya una ridícula pose snobista y una superioridad moral “porque ellos saben lo que es bueno y tú no” (véase Pichfork). Pero yo no quiero gente que me diga que todo está ok. Si un disco te parece malo, soso, aburrido, sin talento, pueril, repetitivo, con letras ridículas, sin emoción o cualquier otra cosa, quiero que me lo digas. Luego ya va en mi criterio hacerte caso o no. Hay mucha música y no da tiempo a escucharlo todo. Me gusta leer y escuchar a gente que considero con criterio, diciéndome, “pues esto sí, esto no, y esto a medias”. Si nos fiásemos del Mondosonoro, no hay ni un solo disco de indie nacional que sea regular o malo y digo yo que lo habrá. ¿O no?
Jose Luis Santiago.