Jose Luis Santiago.
Nos contaba el amigo Dani, en una conversión previa a un concierto, cómo él y unos amigos se compraron una de las primeras grabadoras externas de CDs y empezaron a intercambiar y grabar música hasta que la reventaron. Como se decía por aquel entonces, literalmente la quemaron tostando CDs. Decía Dani, en una afirmación con la que no puedo estar más de acuerdo, que compartir música era sin duda una de las cosas que más le había hecho disfrutar en la vida.
Han sido gente fundamental en mi vida todos aquellos que en algún momento pensaron que podría gustarme tal o cual grupo y me los pasaron en CD, o anteriormente en cassette. En versión actual, aquellos que comparten algún tema en sus redes sociales o te mandan algún enlace de algo que han descubierto y que piensan que deberías escuchar. Soy capaz de ir repasando mis fundas de CDs y recordar quién me los pasó, aunque fueran personas con las que tuve un trato personal escaso o fugaz. Seguramente vosotros hayáis tenido vuestros propios dealers musicales y podáis recordarlos a la vez que yo voy pasando revista a algunos de los míos.
En casa estaba la música de mis hermanas y ya en 7º y 8º de EGB circulaban algunas grabaciones de cassette por la clase. Pero voy a fechar el origen de todo esto en una tarde a inicios de los 90 en casa de una amiga de mi madre. Solo fui una vez, no recuerdo bien dónde estaba ni el nombre ni la cara del chaval, pero de su habitación salí con una cassette grabada con el Blood Sugar Sex Magic, aún hoy uno de mis discos favoritos. Lo lógico es pensar que si no hubiese sido él habría sido otro y que, de alguna manera, habría acabado llegando a ese disco tarde o temprano. Pero el caso es que fue allí y en ese momento. Quizá si el chaval me hubiese grabado un disco de Depeche Mode hoy sería un un oyente de tecno-pop, pero no es el caso.
Como adolescente entusiasta musical a principios de los 90, aunque me resistí al boom de Nirvana, no escapé a la ola grunge. Un chaval mayor que yo y de aspecto heavy, ante mi entusiasmo con el Vs. de Peal Jam, me dijo que comprase unas cuantas cassettes y me invitó una tarde a su casa. De allí salí con el Siamese Dream, el Superunknown, el Angel Dust y el Dirt. Especialmente los dos primero los machaqué sin contemplación. Aunque no volví a hablar mucho más con él, le recuerdo más que a algunas personas al lado de las que he pasado bastante más tiempo en mi vida. Esas cuatro cintas marcaron mucho por dónde fueron mis siguientes años como oyente. Supongo que él no se acordará de aquello, o al menos esa es mi experiencia: tengo claro quién me los pasó, pero no tanto qué grabé y a quién.
Supongo que sospecháis que no soy “usuario” de las recomendaciones de los algoritmos de las plataformas de streaming. Tienen corto alcance, cero riesgo y mayoritariamente te adormilan como oyente activo de música escuchando una y otra vez las mismas fórmulas musicales en pequeñas variaciones. Eso cuando no te convierten en un “pasa-canciones” si a los 15 segundos de tema no hay nada que que te haya llamado la atención. Ningún algoritmo, por ejemplo, me hubiese recomendado un disco de jazz cuando aún no lo escuchaba, ni el disco de El Lebrijano con la Orquesta Andalusí de Tánger cuando la música que me rodeaba estaba poblada de guitarrazos. Pero un par de colegas si pensaron que merecía la pena intentarlo y todavía hoy se lo tengo que agradecer.
Lo siguiente fue la universidad y el tráfico permanente discos compactos en la mochila. Ricardo, Jorge, Fernando, Roberto, Juanma y muchos otros con los que llegué a The Posies, Pixies, Supergrass, Snapper, Built to Spill, Portishead o a tantos otros. Cajas de 10 de ida y vuelta de Verbatin, o de mis preferidos Imation. Pedías que te grabasen tal o cual disco, pero cuando ya llevabas 7 y no se te ocurría nada más decías “y los otros 3 lo que tú quieras”. Pero el summum era cuando en una muestra de confianza o de sudapollismo (o ambos), le pasabas la caja a alguien y le decías “grábame lo que te parezca”. Si le dices eso al algoritmo tras escucharte algo de Love Of Lesbian, acabas con un CD de Viva Suecia, otro de Neuman, uno de Lori Meyers, Second, , Zahara, Sidonie o León Benavente… Sobredosis de lo mismo. Era una gozada recibir la caja de vuelta y ver qué sonaba en cada uno de ellos. Un disco que te flipase valía por tres o cuatro que quizá no acabases escuchando demasiado. Si era a la inversa y era yo el que recibía el encargo, la estrategia era 5 o 6 apuestas más o menos seguras y luego tirarte 3 o 4 triples de 8 metros y ver si encestabas alguno.
En la facultad, un par de cursos por debajo, estaba Cristobal. Le conocí en un cursillo en el que coincidimos y tuvimos cierta amistad durante un tiempo. Supongo que en alguna conversación musical que tuviésemos y no se por qué motivo debió pensar que yo tenía que escuchar a Tom Waits. Así me lo dijo y me paso primero el Swordfishtrombones. Me explotó la cabeza y, en cierta manera, me cambió la vida. Luego vino la búsqueda constante y compulsiva hasta completar su discografía.
No voy a negar que en alguna ocasión el algoritmo de Youtube no me haya puesto en “videos recomendados” algo que me haya llamado la atención. Pero por lo general su labor se limita a ver lo que escuchas y enseñarte lo que está justo en la puerta de al lado. No te va a llevar de viaje, no se va a tirar un triple para ver si te lo encesta. Es conservador, no pretende sorprenderte y no arriesga. Además priorizará ponerte delante lo que esté sonando más, lo que esté más de moda o aquello por lo que las discográficas le estén pagando, dándole la vuelta una y otra vez a las mismas canciones y los mismo grupos con mínimas variaciones. Moviendo la máquina del dinero, que es en realidad en lo que consiste el negocio. Olvídate de toda las maravillas musicales que se mueven en la periferia o en los sótanos de la “gran industria musical”. Si no mueven masas no mueven pasta y no interesan demasiado. El algoritmo te da una falsa sensación de andar ampliando tus espectro musical y la realidad es que mucha gente ni quiere ni necesita otra cosa, pero eso ya sería tema de otro artículo.
No hay nada de malo en que te ofrezcan cosas que saben que te van a gustar. Tengo a muchos amigos que saben de que pie cojeo y que cuando ven algo, me ponen el cebo porque saben que voy a picar. Pero a la vez me gusta seguir y escuchar a gente que me plantea “retos”, que conoce géneros, estilos, discos o grupos que no controlo y con propuestas que en principio a lo mejor no encajan demasiado en lo que se supone que debería gustarme. Es la única forma de que descubrir música siga siendo algo estimulante y no una actividad gustosa, pero rutinaria y repetitiva.
A muchos de los que fuimos grunges e indies noventeros en un momento dado nos empezó a entrar la curiosidad de mirar hacia atrás. Mi primer suministrador de clásicos fue mi amigo Raúl. Entre su padre y su hermano tenía buen material en casa. Hendrix por aquí, los Zeppelin por allá, alguna cosita de soul y el puto Harvest y el London Calling, otros dos discos de esos que cambiaron el rumbo de mis búsquedas musicales a partir de entonces.
Algunas tardes tenía que pasar por casa de mi hermana. Mi madre me usaba de porteador para llevarle cosas. Yo me dejaba, me permitía echar la tarde por el centro, quizá ir a ver una peli, pasar por Madrid Rock y la Fnac y en ocasiones volvía con algunos CDs a casa. Allí era un poco autoservicio. Me ponía delante de la estantería y empezaba a poner cosas su equipo de música. Le iba preguntando sobre algún disco, pero iba escuchando más o menos lo que me parecía y si me convencía acababa en la mochila para grabarlo en casa (a no ser que me dijese que lo estaba escuchando mucho y que lo dejase para más adelante). A mi hermana le debo mi introducción definitiva en el flamenco y en lo brasileño, dos músicas que tuvieron su momento obsesivo (como tantas otras) y que después me han ido acompañando con algunos periodos de semi abandono y otros de escucha más habitual. Caetano y Morente, por ejemplo, salieron de esa casa.
Volviendo al algoritmo, no es solo que que sus recomendaciones resulten sosas, sino que la manera de hacerlas tampoco ayuda demasiado. “Si has escuchado X, quizá podría interesarte Y”. ¡Pero qué mierda de frase es esa para convencer a nadie de que algo merece ser escuchado! Esta semana me mando Fernando por whatsapp un enlace a una canción de un grupo llamado Fetus, con el siguiente texto: “si los Pogues votaran a la CUP”. No se a vosotros, pero a mi esa descripción me resulta irresistible. Allá que me puse a escuchar. Fernado 1- Algoritmo 0. El algoritmo no puede ejercer de colega borracho que te da la chapa toda una noche insistiéndose en que escuches a tal o cual banda porque son lo puto mejor. Y al final no te queda otra que hacerlo porque, si su pedo no era tan grande como para olvidarse, al día siguiente te va a estar preguntando por whatsapp si ya los has escuchado. Tampoco puede convencerte de que el Clásicos de la Provincia de Carlos Vives es un discazo que merece la pena escuchar, porque tus complejos musicales lo tienen registrado en tu catálogo como “mainstream latino chungo” cuando en realidad jamás te lo has oído con detalle y sin prejuicios. No puede adornarte un enlace a Youtube con con algún texto que haga que te pique la curiosidad lo suficiente como para pinchar el enlace. Y, sencillamente, jamas te recomendará algo diciéndote que es “como si los Pogues votaran a la Cup” porque si un día el algoritmo tuviese esa capacidad, pues lo mismo me tocaba reescribir este artículo.
Uno de mis grandes dealers fue un chaval que se llamaba Rodrigo (aunque no estoy seguro del todo de no estar inventándome el nombre en este momento). Formaba parte de un grupo de gente con el que compartíamos parque. Él tocaba la guitarra (llego a ir de gira con OBK!) y tenía una colección de discos muy muy ecléctica que era justo lo que yo necesitaba en la época. Cosas nuevas, diferentes, estimulantes y que me sorprendieran. Me llevaba de su casa cajas de Cds de 10 en 10 cada dos semanas. Los escuchaba en la mía y era difícil que algo no acabase grabándomelo. Entre todo lo que me llevé de allí estaban mis primeras incursiones en el jazz y el descubrimiento de mi apreciadísimo King Tubby (además de otras jamaicanadas que me acabaron de meter en el mundillo de la isla).
Por aquella época, todavía me fotocopiaba las portadas y contraportadas, a ser posible en color. El chaval que me atendía de la tienda de impresión, que andaba en las mismas que yo (y con el que también intercambiaba material), ya ni siquiera me las cobraba. No se si los dueños del negocio eran conscientes de ello. Debía sentir que merecía la pena empatizar con alguien con el mismo “trastorno” que él. Y eso que los DIN-A3 a color eran bien caros entonces.
Ya no me pongo CDs, pero ahí siguen, guardados en una buena cantidad de fundas, con sus portadas originales o fotocopiadas según el caso. Y si no, con la listas de canciones copiada a mano. Creo que la mayoría de ellos sería capaz de decir quien me los grabó o me los pasó con solo verlos. De alguna forma, la presencia de la persona sigue ahí (mira a ver este tema, Iker Jiménez).
No recuerdo muy bien el momento exacto, pero con con la llegada de Internet y la “libre disposición” de material sonoro, las cosas cambiaron. El punto de partida era el mismo: “oye, escuchaté esto o esto otro”, pero ya no te lo tenías que grabar, podías conseguirlo en “la nube”.
De todas formas las recomendaciones siguen ahí presentes cumpliendo su función. Así que sigo agradeciendo a Fernando, Luis, Thorcuatto Viritaro, Daniel Rejano, Pepe Delgado y tantos otros, que sigan compartiéndome canciones directamente o en sus redes sociales. Aunque con el tiempo me he ido buscando mis fuentes y soy más autosuficiente, siempre saco cosas buenas de lo que me dicen los demás. Me gusta pensar que cuando es al revés y damos la turra en las redes sociales de Tonosone con alguna banda, hay alguien por ahí al otro lado al que quizá le descubramos una banda que le va a hacer disfrutar y que el algoritmo jamás hubiese puesto ante sus oídos.