El título de este artículo es también el de uno de mis discos favoritos de los Hellacopters, allá por el 2005, y diez años antes el de la famosísima canción de Lenny Karvitz. El álbum de los suecos era toda una lección del género. No sabemos muy bien su intención con el título, pero bien podría ser algo así como “a todos los que decís que el rock and roll está muerto, chuparos esta”. O “es cierto que el rock and roll está muerto, pero a nosotros nos importa una mierda”. Y por ahí vamos a ir: en este artículo toca la parte de la defunción y dejamos para un segundo la de la resurreción
A los que os parezca una afirmación excesivamente radical y contundente, podemos usar otros símiles: el rock and roll está congelado en carbonita como Han Solo, está escondido o agazapado esperando su momento, está en una cápsula de hibernación como los pasajeros de la nave Nostromo o está en un callejón sin salida. Como queráis, pero que no está en su mejor momento parece algo evidente. Tanto como el hecho de que a muchos eso no nos impide seguir disfrutándolo en toda su amplitud y variedad
Empecemos con la autopsia forense y, como os he dicho, ya conectaremos a la criatura a la máquina para revivirla en una próxima entrega.
No es país para jóvenes.
Trabajo con jóvenes entre 17 y 25 años. En ocasiones tratamos asuntos relacionados con la música en directo. Si tengo que calificar de forma general su interés por el rock and roll diría que entre una amplísima mayoría es muy limitado (sobre su conocimiento mejor no hablamos). Hay excepciones: te encuentras algunos fans del rock kalimotxero en la línea de Extremuduro y muy de vez en cuando das con alguno que sí que escucha rock & roll actual y clásico de forma más o menos habitual. En general ellos están a otras cosas: rap, trap, músicas urbanas, latineo y música comercial en la onda 40’s y algo de indie.
Un amigo me decía que el rock no interesa a los adolescentes porque el “sexo, drogas y R&R” se lo ofrecen otros estilos musicales en la actualidad y que el género va quedar reducido a algo así como el jazz: de forma muy resumida, para consumo en grupos reducidos de gente mayor. Estoy de acuerdo en parte, sobre todo en la primera afirmación, que tiene que ver con el atractivo de lo peligroso, lo prohibido y el poder de las hormonas. Hay estilos musicales en la actualidad que ofrecen mucha más cantidad de todo ello.
Al que asista de forma habitual a conciertos de rock & roll (más allá del perfil Viña Rock) no le sorprenderá esto: el puretismo es legión. Yo, que ya tengo una edad, en muchos de los conciertos a los que asisto estoy bajando la media de los asistentes. Así que a no ser que haya un cambio en los gustos de los chavales como por arte de magia, el futuro para el rock & roll cada vez está más negro. Siempre nos queda pensar lo siguiente: las modas musicales son cíclicas, no es el primer “bajón” del rock & roll y ya vendrá una nueva ola de bandas que “actualicen” el sonido del género y despierten un nuevo interés en algunos jóvenes. Puede pasar y puede que no.
Todo esto es especialmente evidente en España. Un guitarrista español afincado en Toulousse me decía en una conversación al respecto, que al llegar a Francia le sorprendió que la cultura rockandrollera estaba más viva entre los jóvenes y que se siguen formando muchísimas bandas de chavales. Y lo extendía también a otros países europeos y del resto del mundo. Así que si hay esperanzas juveniles para el rock, parece que no empezarán en España. Para poner un poco de banda sonora a esto, os dejo con dos bandas de veinteañeros (incluso menos), que nos han gustado bastante últimamente: las suecas ShitKid y los australianos The Chats. Sobradas de actitud ambas.
Rock FM y los museos del rock.
Un día en algún despacho de la Cadena Episcopal a alguien se le debió encender la luz: “¿y si hacemos un Kiss Fm para rockeros, una selección del repertorio más “consumible” del género y lo repetimos hasta la extenuación todos los días?”. Aunque a algún prelado no le pareciese bien la presencia “satánica” del sex and drugs and rock and roll entre las emisoras de la cadena, la verdad es que les funcinó. A fin y al cabo, el cielo y el infierno son un holding.
La aparición de Rock FM, gran noticia para muchos aficionados, es uno de los síntomas de la museización del género. Los museos están bien, pero si solo visitas museos puedes acabar con la sensación de que aquello que ves es una cosa de la pasado, que lo bueno ya se hizo y que no hay gente practicándolo en la actualidad con suficiente valor como para tenerla en cuenta.
Cuando escucho Rock FM “sufro” la siguiente paradoja como oyente: aunque no puedo negar que bastantes canciones me gustan (esté más o menos cansado de escucharlas) me produce cierto nerviosismo el “sota, caballo y rey” permanente y el mensaje implícito de que después del grunge se acabó la cosa. “Oye, te equivocas, en Rock FM también ponen cosa actuales como Fito, Leiva y Loquillo”… No comment. Y me da pena aún más el revisionismo reducionista respecto al género, dejando fuera a grupos, canciones y subgéneros extraordinarios pero que se salen del paradigma más encorsetado, conservador y anticuado del género.
No es la emisora la única manifestación de la museización del rock. Hay otros medios (fundamentalmente revistas musicales) que aunque no de forma tan evidente, también se mueven en las mismas coordenadas. Es cierto que hay otros que ejercen de contrapeso y a los que uno puede acudir, tanto para echar la vista atrás de una manera más amplia, como para cerciorarse de que, aunque el género no esté en su mejor momento de popularidad, hay bandas actuales muy buenas y que merecen mucho la pena.
En otro sentido y exagerando un poco a veces tengo una sensación de que se reúnen más antiguas bandas de rock de las que se crean nuevas. En los últimos tiempos, al calor de la nostalgia y sobre todo de la pasta que se está moviendo en los conciertos en directo (antes de la Covid), son numerosas las bandas de rock “arrejuntadas” para giras y quizá alguna nueva grabación. No solo grandes nombres, sino bandas de segunda o tercera fila de popularidad a veces con formaciones bastante alejadas de la original. Aunque de esto no tengo queja, al contrario, he disfrutado de grandísimos conciertos en esta línea y no hay mejor manera de disfrutar el repertorio de una banda que viéndolos en directo.
De rock al roll y tiro por que me toca: macroconciertos y festivales.
Enganchamos con lo anterior, pero ahora me fijo en público. Si preguntásemos a algunos autodenominados rockeros su último concierto (antes del parón de la pandemia), en muchos casos sería la última visita de los Rolling Stones, ACDC, de Springsteen, U2(!!!) o el último concierto de Loquillo, Fito o de Marea en el campo de futbol de su localidad. En cualquier caso, nunca un recinto de menos de 5000 personas. En la entrada te sellan el carnet de rockero hasta el próximo macroconcierto (con suerte antes de un año).
La otra variante (combinable con la anterior) es la de “de festival a festival y tiro por qué me toca”. Y lo mismo, con mucha suerte, repetimos antes del año. Te haces las correspondientes fotos con el escenario al fondo para subirla a redes sociales y con ello certificas tu interés por la música en directo para el resto del año. Por cierto, esto es válido indistintamente para cualquier estilo musical.
El resto del año te lo puedes pasar escuchando Rock FM o Radio 3 y no hay ninguna necesidad de acudir a ver un concierto de un grupo semidesconocido en una sala que vete a saber dónde está, cuando puedes perfectamente ahorrarte el dinero para el próximo festival o macroconcierto. Como mucho algún tributo que se te ponga a tiro. Si se te hace larga la espera te pones el especial de Rock FM de las cien mejores canciones de rock de la historia. A lo mejor este año este año no gana Queen o el «Starway To Heaven».
Eso sí, ahora que no se puede ir a conciertos quéjate y llora en las redes sociales sobre aquello que cuando podías, en realidad no hacías.
Tributos por doquier.
Habrá un momento en que los tributos a Extremoduro (escoltados por los de Fito) dominarán el mundo. Mejor un sucedáneo de algo conocido que tengas oído hasta la extenuación, que algo original por descubrir y que dé “trabajo” a tus oídos. Tan cierto es que siempre ha habido bandas de versiones en el rock & roll como que en los últimos tiempos han crecido exponencialmente. Cuando replicas y sucedáneos atraen más a la gente que bandas originales (como está sucediendo en muchas salas y conciertos), es que la cosa esta jodida. Tiene que ver con la museización que antes decíamos y es síntoma de un público de oídos conformistas y con escasa voluntad de exponerse a algo nuevo. También de un genero que está estirando el chicle de su pasado y de lo ya hecho hasta más allá de donde puede. Desde luego no es un prueba de vitalidad y energía. Por cierto, que al cine le ocurre lo mismo.
Y aquí exculpo a las salas y lugares que los programan (fiestas de los pueblos por ejemplo), porque funcionan bastante bien a nivel de público y también a los músicos que, debido a ese tirón, están consiguiendo unos ingresos con este tipo de formaciones. Aunque pueda parecer lo contrario, no me molesta que la gente disfrute con las bandas tributo. Yo también puedo hacerlo en ocasiones. El problema es cuando el auge de ese circuito acaba reduciendo el mercado de conciertos a bandas con repertorios propios y originales (que las hay y muy buenas) debido al cada vez mayor espacio en las programaciones de las bandas de covers. Esto daría para una artículo completo, pero como no es la intención, pasemos a mirar a los músicos que ya hemos atizado suficientemente al público.
Agotamiento y estancamiento sonoro.
Vaya por delante que la novedad y la experimentación con nuevos sonidos no hacen que un disco sea bueno. Que puedo disfrutar tanto o más de cualquier disco de sonido clásico rock & roll, mientras sea bueno y tenga “pellizco”, como de uno que busque ciertas formas sonoras más “arriesgadas”. Y por último, que en una música que lleva existiendo desde los 50, es normal la repetición de sonidos, esquemas y fórmulas.
Personalmente sigo encontrando muchas novedades estimulantes en propuestas rockeras, aunque es cierto que muchas de ellas se mueven en las periferias geográficas y estilísticas del género y son bastante minoritarias. Pero el “grueso” del género vive un agotamiento y estancamiento sonoro más o menos evidente.
Uno de esos músicos a los que no se puede criticar precisamente de conservadurismo sonoro, Javier Diez-Ena (Dead Capo, Ginferno, L’exotighost, Forastero) decía muy acertadamente en una entrevista reciente que el rock & roll estaba en un callejón sin salida. No es el único músico al que le escuchado cosas en esa línea. Algunos de los miembro de otro grupo por el tengo especial debilidad, los mexicanos Sonido Gallo Negro, en otra entrevista reflexionaban sobre cómo mucha gente proveniente del rock, como ellos mismos, estaban virando hacia otros sonidos por una especie de agotamiento y cansancio de los “ticks” de género.
También lo vivo en mi propia experiencia como oyente. Aunque escucho mucho rock en su concepción más amplia, probablemente más que cualquier otra música, últimamente siento ese agotamiento con respecto a algunos sonidos del género. Encuentro más estímulos en otras músicas que hace algunos algunos años jamás me imaginé escuchando y que cada vez ocupan más espacio en mi reproductor de audio. Aunque es verdad que suelo ir por rachas.
Las músicas negras pueden ser un ejemplo de lo que no ha acabado de hacer el rock: renovarse. Aunque seguimos teniendo propuestas de soul, funk o rap de corte clásico (muchas de ellas practicadas por blancos, todo sea dicho) esos géneros han sabido remezclarse, juntarse y sonar actuales en cosas como el arenbí o los sonidos urbanos que conectan mejor con el público juvenil.
Hay poco rock & roll.
Eso decía Fito en una de las canciones más famosas de Platero y Tú. A lo mejor en realidad estoy dando vueltas a una idea y la premisa ya está equivocada. ¿En algún momento en España ha interesado el rock & roll? Pues diría que muy poco en comparación con otros países con una cultura rockera más profunda. Sí que ha calado más en variantes como el rock kalimotxero y de ahí me surge otra pregunta que siempre me ha parecido más interesante: en realidad, ¿qué es lo que se considera en España rock & roll?
Pensemos en una encuesta aleatoria preguntando a la gente a quién consideran los grandes grupos o figuras rockeras de este país. ¿Qué nombres saldrían mayoritariamente? ¿Miguel Ríos, Loquillo, Rosendo, Extremoduro? ¿Alguien diría Burning? Lo dudo. ¿Quizá Tequila? ¿Alguien diría Los Pekenikes o Los Bravos? Bueno, pues eso, poca cosa, pocos referentes. Si la gran figura clásica del rock & roll de este país es Miguel Ríos, está todo dicho, sobre todo porque en gran parte de su repertorio la sustancia rockandrollera es limitada.
Si preguntamos por grupos actuales la cosa se podría poner aún más fea. Leiva (really?), M-clan, Bunbury, Fito (“mae mía”). Pues eso, que la cosa no levanta. Pero es que podría ser aún peor y que tipos como Carlos Goñi se autoconsideren rockeros referentes de este país (como le hemos leído en alguna ocasión). Podríamos meternos luego en los terrenos del indie y que apareciesen figuras como Nacho Vegas, Ivan Ferreiro, Love of Lesbian, Christina Rosenvinge o incluso Vetusta Morla. Pero los veo en los márgenes del rock and roll y más en el pop-rock independiente.
Si tuviese que dar algunos nombre de los que considero los mejores grupos de rock de este país, aparecerían en segundas y terceras filas de popularidad. Venga, vamos con algunos actuales con trayectorias largas: Los Deltonos, Los Enemigos, Ilegales, Sex Museum, Los Chicos, Berri Txarrak y algunos otros que se me estarán olvidando de forma imperdonable. Los hay muy buenos y más jóvenes, pero eso queda para la próxima entrega.
Macarrones con tomate y pollo asado toda la semana.
Volvamos a los oyentes. “No me prepares nada nuevo. Ni lo quiero ni me va a gustar. Es más, nadie hace esos platos como los hacía mi madre”. Ahora trasladadlo a los oyentes del rock & roll. Hay una gran masa de rockeros que lo que quiere es macarrones con tomate y pollo asado toda la semana. A veces puedes añadir un ingrediente, variar la elaboración de tomate frito o cambiar la salsa del pollo, pero poco más. No quieren probar nada nuevo ni tienen ningún interés en hacerlo. Si no les queda más remedio, lo más probable es que no les guste o que les parezca que no merece mucho la pena. Esos comensales encuentra respuesta en los cocineros que les preparan más o menos los mismos platos de siempre. Y en los restaurantes que ofrecen ese tipo de cocina. Si el cocinero puede ser siempre el mismo, mejor. Si está mayor, pues que sea uno al menos que intente parecerse a él. Y así tenemos el ecosistema autónomo perfecto y hermético.
El bosque de nabos.
Que el exceso de testosterona ha ocupado aciertos amplios espacios dentro de rock, es una evidencia. Es tan sencillo como ver la proporción de chicas en las bandas de rock a lo largo de la historia o entre el público de conciertos y festivales del género. Las razones por las que el público femenino se ha sentido menos atraído hacia el género las desconozco (o las sospecho, pero son meras elucubraciones), pero la realidad es que hay una gran parte de la población que no siente ninguna atracción por el género. Y quizá se deba a una involuntaria sensación de exclusión o de falta de afinidad con lo que proyecta la música y los que la realizan. Ese subgénero o actitud dentro del rock & roll que un amigo bautizó muy acertadamente como «rock nábico».
Siguiendo con esas elucubraciones pienso que quizá algunos de los “problemas” de los que he hablado antes se han visto intensificados por una escasa presencia de las mujeres en las bandas de rock (tanto en labores compositivas como interpretativas) que “ventilasen” de hormonas y sensibilidades masculinas al género. Y si no, solo hay que mirar la abundante presencia femenina en otros géneros con más calado en la actualidad.
Joder, pues si que me he “quedao” a gusto. No parece que esto lo haya escrito una persona que escucha rock & roll más que cualquier otra música. Así que me pongo a preparar la segunda parte, en la que pienso desquitarme y contar que este muerto está muy vivo. Al menos para mi.
Jose Luis Santiago.