Jose Luis Santiago.
Aunque pueda parecerlo por el título, no os voy a hablar de la nueva película de Isabel Coixet o del último libro de Albert Espinosa. Hablaremos exactamente de lo que dice el título, de las canciones que recordaré cuando lo haya olvidado todo. Es una hipótesis, claro. Quizá no lo olvide todo y si llegase a olvidarlo todo, tal vez no recuerde esas canciones sino otras (por favor que no se trate de “Chiquilla)
Supongo que no todo el mundo se ha planteado esta situación. En mi caso la pregunta surge de haber vivido de forma muy próxima dos procesos de deterioro cognitivo que acabaron en una perdida casi completa de esa cosa tan compleja que llamamos memoria y de la componente genética de las enfermedades que la provocaron.
Durante ese periodo de tiempo leí algunas cosas acerca de la relación de la música con los pacientes de alzheimer. De forma muy simplificadora para hacer frente a algo tan complejo, podemos decir que parece que el cerebro tiene una mayor capacidad para guardar los recuerdos musicales que los autobiográficos, ya que se almacenan en zonas diferentes. Y resulta que las partes del cerebro en las que se almacenan los recuerdos musicales son de las últimas en verse afectadas por la enfermedad de alzheimer. Como no pretendo hacer una artículo científico, pero quizá a algunos de vosotros os interese el tema, os dejo dos interesantes enlaces para el que quiera profundizar.
https://noisey.vice.com/es/article/r3qv45/musica-alzheimer-cerebro-estudio-entrevista
https://elpais.com/elpais/2015/06/23/ciencia/1435064927_042235.html
Vamos a ello.
Esto no se trata de una lista de mis canciones favoritas (algunas lo son), ni de mis grupos preferidos (algunos lo son), sino de aquellas que por diferentes razones tengo más “incrustadas” en mi cerebro.
Recuerdo que mi madre en general iba perdiendo primero sus últimas vivencias y recuerdos, pero te hablaba como si hubiesen sucedido ayer, de cosas de su infancia y juventud. Si los recuerdos musicales funcionan de la misma manera, las canciones que estén mas fijadas en tu memoria, necesitan algunos aconpañándote.
Seguramente algunos de los recuerdos musicales más estimulantes e intensos que tenemos se producen en la adolescencia (también muchos de los que luego dan un poquito de vergüenza). Y tal vez uno de los primeros y más potentes en mi caso sea el “Rearviewmirror” de Pearl Jam. Tenía la casete original (de las 4 o 5 que me compré) y me ponía la canción a todo volumen mientras agitaba mi cabeza como si tuviese una melena parecida a la que Eddie Vedder y los suyos gastaban por aquellas fechas. Despliegue de head banging y air guitar cuando todavía no se llamaban así. Aquella sensación intensa que me provocada la canción acabó calando porque las pocas veces que he escuchado el tema en los últimos tiempos, me sigue provocando cosas parecidas a las de entonces. Esto es lo que se busca en las terapias musicales con las personas mayores (con y sin alzheimer): traer al presente las emociones, sensaciones y recuerdos asociados a aquellas canciones (qué casualidad que la canción se llama “retrovisor”). Si en las residencias de ancianos del futuro se escucha a Pearl Jam en su hilo musical, hagan el favor de poner este tema en la lista, mi memoria se lo agradecerá.
https://www.youtube.com/watch?v=m7TI6PtlKNY
Hay canciones (o partes de ellas) que se te clavan en el cerebro de forma irremediable. Los primeros 15 segundos de “Mala Vida” de Mano Negra me provocan siempre la misma descarga. Ya puedo estar en la más plena de las relajaciones que esa secuencia inicial de la canción de guitarra -“soleee”- entrada de batería – organillo -“siiiiiiiiiiii”-entrada de fanfarria, me levantará en el futuro hasta de la silla de ruedas. Además la letra de la canción, quizá en una residencia, con los achaques de la edad y la posible perdida de memoria, adquirirá un significado diferente: “Tú me estás dando mala vida, yo pronto me voy a escapar, gitana mía…”
Supongo que el hecho de que una canción sea capaz de despertarte escalofríos cada vez que la escuchas es la más potente de las justificaciones para pensar que la recordarás siempre. Y solo hay una canción que me provoca eso, “La leyenda del tiempo” de Camarón. Hay algo cavernario y celestial en esta canción (y no solo es la voz de Camarón), algo que la sitúa en el núcleo de mis recuerdos musicales, central e inaccesible, inalcanzable al borrado o al reseteo de la memoria. Si algo puede escapar al alzheimer, tiene que ser esto.
Imaginaos que me estoy equivocando de cabo a rabo y resulta que cuando mi memoria esté desapareciendo recordaré canciones como “Opá, yo via cé un corrá” o alguna de King África y me dedique a cantar “boooooommmbaaaa” mientras me llevan de paseo por un sitio que ya no recuerdo cual es y de la mano de alguien que me resulta extraño a pesar de que diga que me conoce. Tendría cierta gracia, pero no creo que suceda. Está comprobado que la emoción es un aspecto fundamental para que un recuerdo se fije y la canción del Koala o las de King África nunca han ido más allá de provocarme algún rato de cachondeo, algún baile etílico o algún “dios mío otra vez no”.
Jörn-Henrik Jacobsen, uno de los estudiosos del tema, dice que “la música es un estímulo tan grande que una vez que entra al cerebro y encuentra la manera de conectarse con las regiones más cruciales, podría tener el poder de activar conexiones viejas que no se utilizan usualmente, y eso podría detonar partes de la memoria a las que no se puede acceder de otra forma”. Eso explicaría lo que me está pasando al escuchar nuevamente la siguiente canción de Goran Bregovic después de años sin hacerlo: con los cascos puestos y con las mismas sensaciones que cuando hace ya casi dos décadas me la ponía por la noche en la habitación, también a todo volumen y con los cascos puestos, una y otra vez, de forma obsesiva y me daba todo el subidón y la recarga de energía necesaria en las largas noches de estudio universitario. Me gustaría pensar que pase el tiempo que pase, me seguirá provocando lo mismo, incluso cuando me haya olvidado de todo. Muchos complejos musicales me quitó la banda sonora de Underground y muchas vivencias personales especiales alrededor de la misma, que no es el lugar para contar, pero que son las que van adosando las canciones a tu cerebro y empujándolas hacia el interior.
No tengo ninguno medidor para cuantificar la cantidad de dopamina que se genera en mi cerebro con cada canción que escucho, pero sospecho que con este «Mesecina», el subidón será extraordinario. La dopamina es un neurotransmisor famoso por ser el causante de las sensaciones placenteras y está estudiado y comprobado que la música es una de las mayores generadoras de dopamina en nuestro cerebro. Se sabe que falta de dopamina es una de las causas principales de la enfermedad de parkinson. Lo que no se sabía hasta hace poco es que también está detrás de la perdida de la memoria provocada por la enfermedad de alzheimer. Así que a generar dopamina se ha dicho.
Por las razones que hemos explicado anteriormente, muchos enfermos de alzheimer igual no recuerdan el nombre de un familiar pero si la letra de una canción. Seguro que en mi caso, la letra de “Una décima de segundo” de Nacha Pop, será una de las que recordaré siempre. Es la única canción que puedo decir que no forma parte de mi memoria porque la haya elegido yo, sino porque la eligieron mis hermanas y yo la escuchaba en casa cuando era un niño. Podría haber sido quizá alguna otra (de Golpes Bajos, quizá de La Mode) pero después de no se cuanto tiempo me acaba de salir la letra de corrido. No se a que parte del cerebro he ido a buscarla pero está bien guardada y a salvo.
Y siguiendo con el tema, hablemos de letras y canciones “terapéuticas”: ya sabéis, aquellas que aparecen en algún momento complicado de tu vida para realizar tareas de cura o analgesia emocional. Canciones que parecen escritas para ese momento y para ese lugar. Los Enemigos se me aparecieron en una época de cambio. Su cantante se llamaba y apellidaba igual que yo y tenía la sensación que a veces incluso hablaba por mi. Una de sus canciones se convirtió en banda sonora y refugio en aquella época de cambios. Así que en agradecimiento a su labor, la recordaré cuando lo haya olvidado todo ya sea en ésta o en la otra orilla.
Creo que prácticamente todas estas canciones comparten que no fueron un amor a primera vista. Es algo que me pasa habitualmente con la música: me suele acabar calando mucho más fuerte aquello que no me cautiva a la primera. El ejemplo más extremo probablemente sea este “Calaveras y Diablitos” de Los Fabulosos Cádillacs. En las primeras escuchas de aquel tremendísimo disco (uno de mis favoritos) esta canción me parecía un pegote. No me decía mucho, me parecía una cosa simplona dentro de un disco complejo e inconmensurable. Mucho tiempo después acabó convirtiéndose en mi favorita y en una canción que me proporcionaba un cierta sensación de bienestar placentero a modo de bálsamo emocional. No se lo dicho nunca a nadie, pero sin duda es la canción que me gustaría que sonase en mi funeral: título, música y letra no pueden ser más apropiadas para tal evento.
Tengo algunas amigas terapeutas que han trabajo la estimulación sensorial, emocional y cognitiva en personas mayores mediante la música. En muchos casos suelen mirar cuáles eran las canciones de moda en los años en los que esas personas eran jóvenes. Me dan escalofríos al pensar que para estimularme y generarme sensaciones placenteras me puedan llegar a poner “Yo quiero bailar, toda la noche” o “Por un beso de la flaca”. Es cierto que le podría pasar una lista de canciones a algún familiar cercano antes de que pierda la cabeza. Otra opción podría ser hacerme una tatuaje con los títulos de las mismas. Algo así como: “si se me ha ido la cabeza, hagan el favor de ponerme estas canciones”. Así me aseguro que acabe donde acabe, la gente que me cuide tenga esta información imprescindible. Para ese momento será muy raro que las canciones no estén disponibles en Internet, pero por si acaso, puedo acompañar el tatuaje de un pendrive colgado al cuello con las canciones. Allí estará “El Mercedes Blanco”.
Otra canción imprescindible en mi vida, de combustión lenta y con la que me he ido creando mi propia historia personal. Aunque Kiko Veneno no está hablando de eso, hay toda una imaginería en esta canción que me ha llevado a asociarla a un importante lugar de mi vida que es el pueblo donde nacieron mis padres: la feria de ganado del pueblo de al lado, los mercedes blancos, las tragaperras, las cintas de hierro y cromo que sonaban en los casetes de los coches y ese retrato del perdedor o del perdido que he visto muchas veces por aque lugar. Todo eso, unido al tono de letanía por rumbas que tiene la canción, ha ido calando en mi memoria durante años. “Ponme esa cinta otra vez, ponmela hasta que se arranque” diré cuando quiera escucharla.
No se si las religiones que creen en una vida más allá tienen establecido qué es lo que sucede con este tema de la memoria perdida una vez que uno fallece. ¿Se produce un reseteo cognitivo y volvemos a acordarnos de todas las cosas, o tenemos que abrir un nuevo periodo de formación de nuestra memoria musical? Espero que sea lo primero. Por si acaso , para ese momento del paso “a la otra vida”, si en la Laguna Estigia se aceptan peticiones musicales, que me pinchen este tema por favor. No se me ocurre nada más apropiado para ese épico momento.
Me pregunto si de la música que aún me queda por escuchar, que probablemente sea más de la que haya escuchado hasta ahora, saldrá algo que añadir a esta lista. O si algún tipo de mecanismo cerebral ira desgastando la memoria de las canciones que ahora pienso que nunca olvidaré. Puede ser que la percepción sobre estas canciones vaya cambiando a medida que me haga mayor. Quizá con 70 u 80 años y con un estado de salud y mental no en plenas condiciones, tu cabeza y tu memoria no se sienta excitada de la misma manera al escuchar el “London Calling”, aunque si existiese la resurrección no se me ocurre mejor banda sonora para el regreso que escuchar a todo volumen a Joe Strummer en esta canción de aires apocalípticos. Esos gritos de Joe durante el tema están clavados en mi cerebro al igual que los de Bobby Womack en el «Across 110th Street».
Me imagino una de esas terapias musicales que se hace con los pacientes de alzheimer y entre las canciones de la lista que menos veo sonando en ella está este “Temptation” de Tom Waits. Excesivamente desasosegante y turbadora para los ancianos (pensaran las cuidadoras). Pero precisamente por eso hay un momento en ese proceso de deterioro cognitivo y de despersonalización que supone la perdida de memoria, en el que esta canción se convierte en una perfecta banda sonora. Podría estar cantada por un paciente que se encuentra en ese momento de transición en el que se va perdiendo la memoria, pero a veces es consciente de lo que te pasa y a la vez no quiere asumirlo, pero resulta inevitable. Ese desasosiego mental y emocional encaja como un guante en la voz y la canción del “grandioso”.
Solía asomarme a la ventana de mi habitación de madrugada. Una plaza interior, con horribles y enormes edificios de ladrillo por todos lados y un par de pistas deportivas en mal estado, por lsa que no pasaba casi nadie a esa horas. Metía el siguiente disco en el discman y me ponía la última de sus pistas, para mucha gente uno de sus mejores temas, sorprendentemente escondido al final del disco. La canción ya es una maravilla, pero es que al final suena una guitarra solitaria con una reverberación exagerada. En ese momento yo me imaginaba a alguien tocándola en medio de aquella plaza con los rebotes del sonido por los edificios. La reverberación se iba perdiendo, el guitarrista se acercaba y finalmente se acababa metido en la habitación, en mi cabeza, y cada vez más dentro de mi memoria.
Gracias a todos aquellos que alguna vez me grabaron, me pasaron o me recomendaron un buen disco.
Hi everyone, it’s my first visit at this site, and paragraph is
really fruitful designed for me, keep up posting these articles or reviews.