Jose Garzón.
Nieva sin tregua desde hace horas sobre el aeropuerto de Helsinki. Sentado en una de las cafeterías, Wim observa cientos de copos desintegrándose contra los ventanales mientras aguarda la llegada del vuelo procedente de Copenhague. Está retrasado. Se levanta a pedir otro vino caliente y decide repasar una vez más los tres pasajes del guión que menos le convencen, sobre todo la conversación del médico con el hermano de Travis. Ahora que ya tiene la confirmación de los actores, le resulta más sencilla la lectura. Ayer habló con Nastassia. Está entusiasmada. Pero Wim sabe que no será fácil. Ella siempre necesita apoyos fuertes. Sam le dijo que hay mujeres que hacen que quieras tatuarte su nombre y mujeres que hacen que quieras borrarte el de todas las demás. Y que para el papel de Jane tenía que encontrar a una de las segundas.
Los altavoces anuncian la llegada del vuelo que Wim espera. Apura el vino, ya tibio, que aún queda en el fondo de la taza, cierra el cuaderno y se dirige hacia la puerta. Tras diez minutos de espera, Ry saluda desde lejos, acercándose a su encuentro con un caminar pausado y descoordinado, como si un peso invisible, tal vez el cansancio, le venciera los hombros. Levanta el brazo y extiende hacia Wim la palma de su mano derecha. Con la izquierda sujeta el asa de una funda negra y rígida de guitarra. Se conocen desde hace años, aunque es la primera vez que trabajan juntos. A cada uno le han advertido de las rarezas del otro; pero han decidido olvidarlas. Se funden en un abrazo que ambos sienten sincero. Ey, man, ¿cómo te va?, dice Ry. Bien, amigo, bien, responde Wim en ese inglés rasposo y académico del que no son capaces de desprenderse los germanos. Y tú, prosigue, ¿cansado del vuelo? Un poco. Pero traigo ideas. Me ha dado tiempo a pensar durante el viaje. Busquemos un sitio donde sentarnos. Apenas tenemos dos horas antes de que salga el vuelo de Londres. Vamos, entonces.
Tengo escritos un par de pentagramas para el tema principal. Estoy trabajando con la acústica, dice Ry señalando con la mirada la funda que acaba de apoyar en la pared. Quiero que la música sobrevuele las imágenes, pero sin llegar en ningún momento a taparlas. Para mí es importante saber cómo vas a plantear la filmación. En treinta y cinco. No me refería a eso, me refería más bien al lugar en el que vas a colocar la cámara, desde dónde vas a contar la historia, si le vas a dar distancia, si va a respirar o si, por el contrario, vas a llevarla al límite. Wim asiente y contesta: es algo que llevo hablando con Sam desde hace semanas. Los personajes están perdidos. Creo que no hay otra manera de hacerlo que viéndolos desde lejos. Además, el desierto y la ciudad también son personajes. Tienen un peso crucial en la historia. No son el decorado. Si me acerco demasiado o si le doy demasiada velocidad a la película no van a aparecer, se van a diluir. En el fondo es la historia de un tipo que está roto por dentro y busca la redención en el silencio y en el camino. Es una historia de dolor, Wim, y como tal tienes que contarla. Yo creo que es un relato que habla de la facilidad del ser humano para generar dolor y de la capacidad devastadora que supone hallar la redención. La música tiene que ahondar en ese dolor y me está resultando difícil conseguirlo. No sé bien cómo hacerlo. Sam me aconseja que filme la película y, cuando la monte, deseche todo lo que no sienta cierto. No sirve para nada si no te destroza por dentro, Wim, dice. Igual te sirve a ti también, como consejo. Aún así creo que el metraje va a ser largo. El guión lo pide. Comenzamos a filmar el mes que viene. Las pruebas de cámara con Harry han funcionado muy bien. Creo que es el Travis que necesitamos. Sam opina lo mismo. Fue él quien dijo su nombre. Voy a darle libertad, que se sienta cómodo, que construya el personaje día a día. Las primeras semanas grabaremos las escenas en los exteriores de Houston. Ya están allí Richard y Lina buscando localizaciones. Hablaré por teléfono con ellos esta noche, cuando llegue a casa. Porque, de momento, sólo tengo claro el principio: Travis cruza el desierto en busca de agua. El resto, imágenes sueltas. ¿Te están apretando mucho las clavijas los productores? Wim se encoge de hombros. Don quiere llevarla a Cannes el año que viene. Tu cine es europeo, dice. Allí está el dinero que nos pertenece. A veces me siento como Fitzcarraldo, desafiante frente a la selva mientras se escucha la voz de Caruso en el gramófono y enmudecen los tambores de los salvajes.
Yo voy a intentar algo que no he hecho nunca: componer sobre el guión. Me gustaría tener una base para cuando llegue el momento del montaje. Me obsesiona que la música ocupe silencios que no le pertenecen. Esa es la clave, Ry. Ahí quería llegar. En esta historia son fundamentales los silencios. Quiero que marquen el ritmo y el tiempo porque van a contar muchas cosas. Claro, estamos de acuerdo. Ese es el reto: que la música no los ahogue; que los mantenga, que los realce, que los haga tomar peso y profundidad y así florecer. Tengo sólo un ojo, ya lo sabes, pero eso lo veo claro. Y no habrá voz, ni letra, sólo música. Estuve probando algunos versos, pero no encajan. Los diálogos tienen demasiado peso en todo momento, los personajes dominan la escena a través de la palabra y del gesto, de lo que dicen, de lo que miran y de cómo miran. Por eso he decidido dejarles todo el espacio posible. Me voy a centrar en la melodía. Tampoco habrá percusión. Aunque esta parte no la tengo tan clara. Trabajaré más la composición. Podemos reunirnos de nuevo, tal vez a mediados de marzo, en Munich o en Londres, y te muestro todo lo que tenga. Creo que la música tiene más espacio en la primera parte de la película. A medida que avanza la historia, pierde su sitio. Es todo imagen y palabra.
Los altavoces anuncian la salida del vuelo con destino a Londres. Es el mío, dice Ry. Tengo que largarme. Los dos hombres se ponen en pie, recogen los cuadernos de apuntes de la mesa y comienzan a caminar en silencio hacia la puerta de embarque. Repiten el ritual del abrazo y se despiden en silencio hasta que uno de ellos lo rompe. No tengas miedo, Wim. Si alguien puede filmar esta película eres tú… creo, dice Ry, a la vez que sonríe de medio lado. Wim se ríe y palmea el hombro del otro en un gesto que simula ser agresivo. Adiós, Wim. Hasta pronto, guitarrista. Mantente en contacto. Ry asiente y da media vuelta, pero a los pocos pasos se gira de nuevo y busca la mirada de su amigo. Oye, Wim, se me olvidaba… ¿Qué? ¿El título? ¿El título? Ah… París, Texas.
Ató una campanilla a su tobillo para poder oirla por la noche si se levantaba de la cama. Pero ella aprendió a silenciarlo metiendo un calcetín. Poco a poco consiguió escurrirse de la cama y salir al exterior. Una noche la descubrió porque se le cayó el calcetín y la oyó intentar correr hacia la carretera. La cogió y la llevó a rastras hasta la caravana. La ató a la cocina con su cinturón. La dejó allí, volvió a la cama y se tumbó mientras la oía gritar. Entonces oyó gritar a su hijo. Le sorprendía no sentir nada. Todo lo que quería era dormir. Y por primera vez deseó estar lejos de allí. Deseó estar perdido en un vasto país donde nadie le conociera. En un sitio donde nadie hablara, donde no hubiera ni calles. Soñó con ese sitio sin conocer su nombre. Y cuando despertó, estaba ardiendo. Había llamas azules quemando las sábanas. Corrió a través de las llamas hacia las únicas personas que amaba. Pero se habían ido. Sus brazos estaban ardiendo. Se lanzó fuera de la caravana y rodó sobre el suelo mojado. Luego corrió. Nunca miró atrás hacia el fuego. Sólo corrió. Corrió hasta que el sol salió y no pudo correr más. Cuando el sol se ocultó, corrió otra vez. Durante cinco días corrió así. Hasta que todo signo humano desapareció.
Esta genial el post. Un cordial saludo.