No habrá ya nada maldito.
En ella estará el trono de Dios y del Cordero
y sus siervos le darán culto, verán su rostro
y llevarán su nombre grabado en la frente.
(Apocalipsis. Capítulo 22)
(Por Jose Garzón).
La historia recordará 1983 porque en Londres nace Amy Winehouse. La matrona vaticina que será cantante cuando la escucha llorar. Lo que no sabe ver es que también será yonqui y morirá algunos años después dejando un cadáver joven y extremadamente delgado. Bjon Borg se retira de las pistas de tenis para disfrutar a tiempo completo de la fama y del dinero. Una mujer en mi cama por cada partido ganado a lo largo de mi carrera dice alguna vez y alguien le escucha y lo publica. Margaret Tatcher, que aún no es la dama de hierro, gana las elecciones británicas y comienza a privatizar un país. Ronald Reagan llama a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas “el imperio del mal” y muchos pensamos entonces en Darth Vader y en su ejército imperial descendiendo del Ejecutor porque acabamos de salir del cine donde se estrena El Retorno del Jedi. En Westmont, Illinois, muere Muddy Waters. Le revienta el corazón mientras duerme. El bueno de Muddy, siempre tan discreto. An innocent man, de Billy Joel, es el primer trabajo discográfico que se comercializa en formato de cedé. En el Benito Villamarín, minuto 38, Juan Señor marca el duodécimo gol y clasifica a España para un torneo en el que perderá la final. La NBC emite el primer capítulo de la serie El Equipo A y Hannibal, Murdock, Fénix y MA van entrando poco a poco en nuestras vidas. La Iglesia Católica, trescientos cincuenta años después, perdona a Galileo su proclamación a los cuatro vientos de que es el sol, y no el hombre, el centro del universo, echando por tierra siglos de conocimiento teológico, ahora se sabe, con cimientos de barro. Y Marvin Gaye, acorralado por las deudas, delirante y paranoico, regresa a casa de sus padres en Crenshaw, Los Ángeles, donde pasa los días encerrado en la habitación, leyendo la Biblia, viendo películas pornográficas y consumiendo cocaína para mantenerse despierto durante la noche y heroína para poder dormir por las mañanas.
Es veinticinco de diciembre. Después de comer, en un ambiente tenso que el día festivo se encarga de relajar, Marvin, Alberta y el hijo de ambos, Marvin Jr., recogen los platos de la mesa y se sientan en los sillones del salón. A lo lejos se escuchan los villancicos que ponen los comerciantes en el bulevar. Comienza el ritual, un poco vacío y forzado, de la entrega de regalos.
Padre, leo mucho estos días la Biblia y sé que lo que leo está escrito para mí. El Apocalipsis dice no habrá ya nada maldito y así será. No habrá nada ya, padre, nada. Ni para mí, ni para vosotros. Se inicia un tiempo nuevo, limpio, como si de un bebé recién nacido en brazos de una madre amorosa se tratara. Debes creerme, debes creerme cuando te digo, padre, que ya no habrá más drogas ni encierro, que ya he comprendido que ese no es el camino, que la salvación, como tú siempre nos has dicho, vendrá de la mano de Dios y no de la mano de los hombres. Tú sabes que yo quiero caminar con Él, padre, porque al hacerlo con Él lo estoy haciendo también con vosotros y necesito que estéis a mi lado. Por favor, acompañadme, venid conmigo aunque sé, estoy seguro, que esta vez no voy a flaquear, que seré desde hoy un hombre nuevo y fuerte, capaz de resistir las tentaciones, las de la droga y las de la carne, aunque tenga que atarme al mástil de Ulises para no sucumbir a los cuerpos de todas las sirenas que me cantan. Dejaré de ser trueno para ser brisa suave que llega desde el mar, padre. Y aceptaré portar, el tiempo que haga falta, esta corona de espinas. El dolor en las sienes me hará recordar el infierno y sabré que no quiero regresar a él. Pero son días de celebración y de alegría. Ayer nuestro señor Jesucristo volvió a nacer entre nosotros y yo con él, así lo siento. Yo también, padre, vuelvo a nacer, salgo de la oscuridad que me rodeaba, en la que me escondía y, de vuestra mano y de la de Dios, caminaré sin desfallecer hasta volver a ser el Marvin Junior que era, del que tan orgulloso te sentías. Retiraré la e que añadí al final de nuestro apellido, de tu apellido, para regresar a ti. Volveréis a sentiros orgullosos de mí, oh, sí, padre, ya lo verás. Te lo prometo. Pero los enemigos son muchos, padre, muchos, y no dejan de acecharme, de vigilarme, ansían mi muerte con una sed de años, persiguen mi aniquilación y la de toda mi obra, para que todo lo que he ido construyendo en estos años se borre y desaparezca en un pasado sin huella. A veces les veo desde la ventana, sentados en el Thunderbird azul que aparca cada mañana en la esquina, o caminando por la acera mientras fingen leer el periódico o fumar un cigarrillo detrás del sauce. Aguardan a que salga de casa, a que me asome a la puerta más tiempo del preciso, a que suba al tejado a arreglar la antena de la televisión que ellos cada noche inclinan para impedirme ver las noticias o los deportes sin interferencias. No aguardarán mucho tiempo más, padre. Perderán la paciencia y entrarán en casa, buscarán la puerta de mi habitación, la echarán abajo e intentarán matarme. Pero yo estaré preparado, estaré esperándoles, no me van a pillar de sorpresa. Y me gustaría que tú estuvieras preparado también. Para, juntos, protegernos. Por eso hace semanas que compré esto para ti. Tómalo. Espero que te guste. Y si quieres, podemos salir al jardín a practicar.
Marvin recogió en las manos el regalo que su hijo le ofrecía como quien toma el cadáver de un pájaro. Miró con sorpresa a los ojos de su mujer y apenas musitó un gracias. El peso y la forma le hicieron sospechar lo que después comprobó al levantar el paño de terciopelo granate que lo cubría: una pistola Colt del calibre 38. Se levantó, la guardó en un cajón de la estantería que ocupaba una de las paredes del salón y no volvió a tocarla hasta el día de abril en que la ira le arrastró como lo hubiera hecho un caballo desbocado.
El domingo 1 de abril de 1984 Marvin Gaye y su padre discuten en la habitación del primero, como tantas veces antes. El padre le acusa de haberse quedado con una carta de la póliza del seguro de vida para cobrarla. ¿Cuándo vas a dejar de gastarte nuestro dinero en putas y en cocaína?, le dice. Marvin Gaye lo niega. Durante quince minutos se gritan, se insultan y se encaran hasta que el hijo golpea con el puño al padre en la cara. Éste baja las escaleras, entra en el salón, abre el cajón de la estantería, coge una pistola y se dirige de nuevo a la habitación. Sin mediar palabra, dispara contra su hijo. Dos balas del calibre 38 entran en el cuerpo de Marvin Gaye por el pecho, perforan la aorta y el bronquio derecho y salen por la espalda, una de ellas fisurando la escápula izquierda. Alberta, la madre, al oír las detonaciones, entra corriendo en la habitación, cae de rodillas y comienza a gritar. Marvin Gaye, sentado contra la pared, le dice: mamá, tranquila, ayúdame a recoger mis cosas. Me voy de esta casa y no pienso volver jamás. Una hora después, muere desangrado en el hospital.