Alejandro García.
03:27 de la madrugada. Me despierto y me levanto a beber agua. Mientras camino por el pasillo, pienso en el silencio que me rodea y cuando llego a la altura del mueble de los CDs me detengo. Mirando la bandera multicolor que forman todos juntos pienso en cómo tiene que sonar la música en el silencio de la noche, «ni los mejores Bang and Olufsen te hacen sentir así» – pienso. «¿Qué canciones podría escuchar para apreciarlas en el más absoluto silencio?».
Comienzo a observar la cadena de discos, los tengo ordenados alfabéticamente, algo bastante básico conociendo a gente que llega a ordenar sus libros por orden de simpatía de sus autores y no es mucho menos orden que otro cualquiera, todo es cuestión de quién lo lleve a cabo. En mi caso tendría que separar a los hermanos Gallagher de Damon y compañía, o juntar a David Bowie con los Rolling Stones, recordando así aquella versión del camaleón del rock con Mick Jagger del «Dancing in the Street» de Martha and the Vandellas. Podría hacerlo por estilo o época, uniendo por un lado a los grupos creadores del Brit-Pop y por otro a los del Grunge, y de éstos podría hacer una subdivisión de los producidos por Butch Vig o por Brendan O’Brien; de cantantes alternativos y de grupos españoles, de solistas femeninas y de rarezas y box-sets; lo podría hacer de manera autobiográfica, al igual que Rob, el personaje melómano propietario de una tienda de discos, encarnado por John Cusack en la película “Alta Fidelidad”... Tanta opción me lleva a desestimarlas todas de un plumazo, y más a esas horas donde la mente no está muy lúcida que digamos.
Aunque mis ojos van contando uno a uno, mi mente descarta todos aquellos que, a esas horas, no me apetece escuchar. Muchos de ellos grandes discos, pero me dedico a realizar una selección inconsciente de aquellos que sólo el silencio los hace más interesantes, al menos para mí.
El primero en encontrarme es Time Without Consequence de Alexi Murdoch, un británico con claras influencias del mundo acústico-depresivo de Nick Drake, mundo al que se uniría años más tarde y casi con idéntico desenlace, el cantante americano Elliot Smith. De todos sus discos Either/Or me parece perfecto para escuchar en un ambiente tan relajado como el de cualquier noche. Siempre me han llamado la atención estos tipos, a veces tan al límite de sus miedos, que llegan a crear auténticas obras maestras. No me desagrada la idea de escuchar Jair of Flies de Alice in Chains, que le sigue, pero continúo la búsqueda y me encuentro con Bon Iver después de pasar por delante de todo un Nobel de Literatura, ya que me seduce más la idea de escuchar a su hijo, la verdad. For Emma, Forever Ago simplemente perfecto. No sólo encuentras sencillez en todos sus temas, sino que líricamente se completa con una complejidad brutal. Con el buen sabor de boca que me queda la idea de escuchar el primer disco de Bon Iver me encuentro con Brett Anderson, y su disco homónimo, difícil llegar al nivel de su carrera con Suede. Escuchar el disco es como desnudar al grupo inglés y “Love is Dead”, canción que descubrí en un CD promocional de la Rock de Luxe, es pura sencillez.
Después, otros tres discos, a cual mejor, O, 9 y My Favourite Faded Fantasy de Damien Rice, discos cocinados a fuego lento. Como leí una vez de él: “Damien Rice, todo lo demás es silencio”. No hay nada más acertado. «The Blower’s Daughter”, difícil no enamorarse de esta canción teniendo una referencia visual como la de Natalie Portman. Sucedió viendo “Closer”. Aquella secuencia en la que canción y actriz coinciden en un mismo plano. Aunque en defensa de Natalie debo decir que ya me cautivó cuando ella tenía sólo 13 años e interpretaba a la inocente Marty en la película “Beautiful Girls”. Bueno, a mí y al personaje de Timothy Hutton, claro
Para películas, “Once”, recomendadísimo filme y banda sonora. Yo, de hecho, me las compré a la vez sin haberla visto, son de estas cosas que haces a veces y en ocasiones sale bien y a veces no, como cuando me compré el disco Suspended Animation de Fantômas (Mike Patton), edición limitada con calendario de Yoshitomo Nara, diseño único pero de música “infumable”. A esas horas lo busco sólo para ver si aún no lo he perdido…“Once” se convierte en una película semi-biográfica para todos aquellos que en algún momento hemos cantado, guitarra en mano, canciones de nuestros grupos favoritos en cualquier parque, ¡qué tiempos!. Glen Hansard, cantante irlandés amigo de Damien Rice protagoniza, junto a Marketa Irglova, una película que más que eso se convierte, para el espectador, en otra manera de escuchar música. En ese momento pienso en que hace tiempo que no la veo. Nota mental: volver a verla antes de que acabe el año.
Quedando atrás a los Fleet Foxes, y a Hozier llego a Jack Johnson, el cantante/surfero natural de Hawai al que me imagino en cualquier playa, con una puesta de sol al fondo y un ukelele entre sus manos. Puestos a imaginar veo a su lado a Eddie Vedder, mirada perdida en el mar, comentándole junto a una hoguera a Jack que va a hacer un disco sólo con el ukelele con canciones que le han sobrado de la banda sonora de Into the Wild y que le llamaría Ukelele Songs, y éste no augurándole gran éxito. No sé, a veces me da por pensar esas tonterías, y más cuando estoy ya pensando en volver a la cama. Creo que se me están pasando las ganas de escuchar música en la oscuridad de mi salón. Al lado de Jack Johson veo a Jakob Dylan. Su primer disco, Seeing Things, con poca presencia de percusión, es un disco con la sorprendente madurez de un cantante que se supo separar primero de su apellido, al frente de The Wallflowers, y después de su grupo. Un disco lleno de canciones acústicas que parecen creadas en cualquier porche de cualquier casa de la América profunda. Éste sin duda lo podría escuchar tranquilamente en el más absoluto silencio.
Abandono la J de Jack White, Jake Bugg o Jeff Buckley y recuerdo la versión de «Hallelujah». Leonard Cohen nos dejó hace poco y lo busco entre los discos. Cojo un recopilatorio que tengo, le doy la vuelta y leo las canciones, quizás como simple homenaje. Reconozco que descubrí antes al Leonard ochentero de First we take Manhattan que al trovador de Famous Blue Raincoat. No sé por qué, pero siempre los diferenciaré: uno, un veterano de mirada perdida, el otro, joven contador de historias. En ese momento me doy cuenta de que me salté la K. La fragilidad es lo que determina los discos de Keaton Henson, canciones que parecen romperse, susurradas por este londinense que parece arrancar a llorar en cada estribillo. Dicen que sufre de ansiedad y que apenas da conciertos. Su aspecto hipster se me antoja más que una moda una dejadez estética y sólo el tiempo dirá si caerá en mil depresiones o grabará obras maestras. El que va a caer, pero de sueño, soy yo. Ya me cansé de ver CDs y me voy a ir a acostar. “Tampoco tendría muchas ganas si he llegado sólo hasta la K”, pienso. El resto de grupos ya quedarán para otra ocasión.
Acabo con un vistazo rápido. Un disco de una calidad brutal y que no me importaría escuchar es OK Computer de Radiohead. No puedo más que decir que contiene una de las mejores canciones que he escuchado nunca: «Paranoid Android«. Escuchar cómo tras un comienzo melódico se rompe la canción y sintieras como si te zarandearan y que después pareciera abrirse el cielo en forma de coros celestiales que te hacen sentir que flotas; que seguidamente nos devuelvan de nuevo a la realidad de la canción unos versos más tarde y que acabe en un final precipitado en el que parezcas directamente escupido de ella es una obra digna de un músico como Thom Yorke. No encuentro una canción con tantos matices.
Me voy a la cama. Me voy con el mismo silencio con el que me levanté. Con el mismo silencio que ha inspirado este artículo. Con el mismo silencio con el que Two Gallants abre su EP The Scenery of Farewell: «Baby let your light shine on me / when I’m lost on the road…»
Un placer leer tus palabras, Jose. Sobre todo viniendo de un columnista ya experimentado como tú. Me encanta tu manera de enfocar los temas musicales y siempre estoy esperando tu próximo artículo. Un saludo