Calorro: [persona, especialmente joven] Que imita los comportamientos de los gitanos jóvenes, que tiene una formación cultural básica y cuyos gustos musicales van desde la rumba a la música de discoteca.
Quinqui: Persona, generalmente de origen marginal, que vive de cometer pequeños actos delictivos.
Fue en la Gala de los Goya de 2019 cuando la omnipresente Rosalía, en otra muestra de sus habilidades mercadotécnicas musicales, salió a cantar uno de los grandes éxitos de Los Chunguitos (el “Me quedo contigo”), para regocijo de comentarios en redes sociales tanto de haters como de “rosalievers”. La versión, eso sí, era muy poco calorra. Muy recientemente, a rebufo de la catalana, ha sido C. Tangana el que se ha unido al revisionismo rumbero en algunas canciones de su álbum El Madrileño. Tanto en su “Tu me dejaste de querer” como en esta colaboración con los Gipsy Kings.
Ya sabéis que el foco de Tonosone no suele estar muy puesto en el mainstream, pero ambos nos valen como ejemplo de cierta corriente que observamos hace un tiempo de retorno de lo quinqui y lo calorro como polo de atracción para la música independiente nacional. Una recuperación que tiene mucho de revisionismo estético de lo que fue el calorrismo y el quinquilleo musical a finales de los 70 y durante los 80, pero también con una voluntad por parte de las bandas de reivindicar y mirar hacia referentes musicales próximos y no al tradicional espejo musical anglosajón. Hablamos de revisionismo estético porque en lo calorro y lo quinqui original había “ser” y no solo “parecer”. Había “delincuencia” y marginalidad, tanto en los entornos de las bandas como en aquello sobre lo que cantaban. Por mucho que vaya de malote, Tangana no le aguantaría medio asalto al Jeros de Los Chichos, ni Rosalía una noche de juerga a la María Jiménez de sus “buenos” tiempos. Pero abandonemos a las grandes estrellas, que no son lo nuestro, y vamos a repasar esos revisionismos quinqui-calorros.
Conseguir que un mismo disco te suene a Los Chichos o Los Chunguitos y también a Can, Joy Division o Talking Heads es algo con lo que nunca pensamos que nos íbamos a encontrar hasta que aparecieron en nuestra vida los almerienses Compro Oro con su disco Carmen. Una maravilla que, gracias sobre todo a las melodías y la voz de su cantante, sabe a Ducados y cubata de Dyc en vaso de tubo. Adoramos a estos tipos. Escuchando este tema dan ganas de sacar la cheira.
En “lo calorro” no todo era barriobajero y tabernero. También había espacio para cosas más luminosas y coloristas. Una aproximación musicalmente mucho más preciosista y no tan rugosa como la de Compro Oro es la del mallorquín Jose Domingo. Podría ser algo así como “menos Chunguitos y más Las Grecas”, de forma muy simplificada. Menos ducados y más “yerbita”, menos luces de neón y más candela.
Si sacamos las navajas, nos metemos en la droga y tenemos que huir de la pasma pisando el acelerador en un Seat 124, entramos en el terreno del género quinqui. Fue en el cine donde caló este subgénero. “Perros Callejeros”, “Deprisa, deprisa”, “El Vaquilla”, “El pico” y algunas otras pusieron en las pantallas a delincuentes callejeros y drogadictos sin paños calientes, sin adornar, en crudo. Con los grupos rumberos haciendo las bandas sonoras. Hace ya dos o tres años explosionó una banda que sabiendo lo que gustan las etiquetas en el periodismo musical decidió “vender” su música como “kinkidelia”. Eran y son los Derby Motoreta´s Burrito Kachimba. En realidad lo que había tras la etiqueta era un mezcla casi a partes iguales de rock andaluz y psicodelia actual en la onda de los King Gizzard, con unas letras y una actitud de corte canallesco. Tan en serio se tomaron lo del género quinqui, que su primer videoclip era un homenaje al género cinematográfico con imágenes de la película “Navajeros” de Eloy de la Iglesia.
En la mismo línea, aunque desde un otro género como es el rap, se encuentra la propuesta de El Coleta (no el ex-vicepresidente). Si los Derby adaptaron “Navajeros”, Jarfaiter y El Coleta directamente cogen la saga “El Pico” del mismo director, y se hacen un remake. Drogas, ambiente carcelario y samplers muy calorros en este “El Piko 3”. Aunque el casting y las interpretaciones dejan tanto que desear que esta última parte de la trilogía tiene más de comedia de que drama. En la vida real “El Pirri” (papel que interpreta El Coleta) murió a los 23 años asesinado por los hijos de una narcotraficante del barrio de Canillejas. No creemos que El Coleta se haya manejado en ambientes tan turbios.
Desde una inesperada sobredosis de Los Chichos en unas fiestas navideñas juveniles con los colegas siempre me ha acompañado esa atracción por el calorreo musical. Hubo un tiempo en el que eran habituales las caras de asombro y extrañeza cuando en conversaciones con indies, rockeros y otros seguidores de la música independiente decías que Los Chichos eran buenísimos. Solían creerse que estabas de coña. En los últimos tiempos parece que se ha “rehabilitado” un poco su valor musical y el de algunos otros de su entorno e incluso quedas bien dentro del moderneo si los reivindicas (la subida al carro de Tangana no es casualidad). Hace unos años era impensable que se buscasen esas referencias dentro del indie, pero parece que algunos complejos se han perdido y el calorreo resulta atractivo para ciertas bandas contemporáneas, aunque a veces sea desde un punto de vista puramente musical o estético: no hace falta chutarse heroína o atracar una joyería para darle credibilidad a tu propuesta.
La aproximación al género pueden también venir por la vía del sentido del humor y con todos los accesorios visuales, musicales y letrísticos. Por ese terreno se mueven Ladilla Rusa con su hit “Kitt y los coches del pasado”. Además en lo musical aparecen por primera vez esos tecladillos ochenteros tan propios del calorreo y de reminiscencias “cameleras”.
Un poco de cachondeillo y la absoluta falta de prejuicios y complejos hay en los encuentros entre Joe Crepúsculo y Tomasito. Mismos decorados de barrio que en el caso de Ladilla Rusa, rumbita soft y frases sobre la vida de esas que salían en los powerpoints con fotos de paisajes y tenemos un conjunto tan divertido como horterilla, digno del calorreo más “buenrollitero”.
No todo el catálogo del calorreo ha sido cosa de bajos fondos, drogadicción y criminalidad. El asunto amoroso (y “desamoroso”) de alta intensidad también ha sido otro de sus temas predilectos. Nada de medias tintas, intensa pasión o desgarro total. Ahí la primera línea ha estado ocupada por “manzanitas”, “marías jiménez”, “juncos” y otros del estilo. Y en este caso es Soleá Morente la que decide darle una nueva apariencia con una enfoque más pop contemporáneo y abundante en tecladillos que le den a esas rumbitas, el aire ochentero que necesitan. Para ello tira de Napoleón Solo y de Lorena Álvarez y de una cierta actualización estética, pero manteniendo los referentes visuales y musicales. Si continuasen vendiendo cintas en las gasolineras del presente, te encontrarías discos como este.
No hay que confundir al quinqui con el canalla arrabalero, pero qué duda cabe de que son personajes concomitantes. Mismos ambientes sociales, mismos garitos, mismo vicios y “negocios” y misma “intensa manera” de vivir las cosas. A lo mejor incluso te los puedes imaginar huyendo en el mismo seat 124 por las calles de Madrid. Así que también es normal que el encuentro también se haya producido en lo musical y nadie como Leone se manejan hoy en día en esa encrucijada. Es imposible encontrar un tema que sea tan de lo uno como de lo otro como este “La niña y la luna”, que empieza en el lado canallesco arrabalero pero de repente aparecen unos “nonaino no na” y no hay cosa más calorra que un “nonaino no na”.
¿Qué será del quinquilleo en el futuro? ¿Le podrás pedir a Siri que te sirva un cubata mientras te pone un holograma de Los Chichos cantando “La Cachimba” en el salón de tu casa un sábado por la noche? ¿Harán un remake de “El Pico” o “Navajeros” en realidad virtual? Quizá en un par de décadas tengamos una nueva revisión del género, pero de momento hay una banda que ha decidido reivindicar sin complejos, de forma activa y con un fondo ideológico todo aquello que desde la propia música independiente nacional se ha visto como rancio durante décadas: sevillanas, flamenquito, flamenco, folclore y calorrismo también. Son Califato 3×4, que en este “Ruina” nos dejan una historia de bajos fondos, peleas y venganzas de un par de colegas “gorrillas” en los que es una versión de un original de Los Romeros del Chabolo. Muy quinqui todo.
Si no son Califato los que marcan el camino futuro, quizá puedan serlo Pony Bravo. Es cierto que en lo musical parecen más alejados de esos terrenos, pero en su último disco aparecía un tema que se llamaba “Loca Mente”. Exacto, de nuevo Las Grecas para rematar este artículo. No se trata de una versión del tema, al menos no completamente, pero el archiconocido estribillo ahí está. Eso sí, en una propuesto musical bastante más arriesgada y experimental en la que el calorreo se mete en una atmósfera flotante de post-rock retrofuturista.
Jose Luis Santiago.
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